León ratificó la única condición común que tienen los equipos mexicanos a la hora de enfrentar una Liguilla: entre menos presión, mejor. Y eso no tiene que ver con la calidad de un equipo perfectamente balanceado en edades y posiciones.
La planeación es consistente y refleja un raro respeto para los tiempos que requiere cada proceso y jugador. Antes de eso, después de eso, todo es recitación y lamento.
Gustavo Matosas, un estupendo líder, conocedor y trabajador, tampoco se ha resistido a algunas poses de estrella de rock. Pese a esos excesos de hacer rebotar el balón contra el césped, tipo Mourihno, logró adentrarse en las entrañas del Ascenso MX y, desde allí, logró consolidar con ojo clínico a esta base de jugadores que hoy nutren a la Selección Nacional.
Claro que llegaron los refuerzos, pero de él provino el diagnóstico y las correspondientes soluciones. No se parece en nada al estilo de su padre, el inolvidable Roberto.
Gustavo decidió desvincularse de la liga familiar e hizo su propia historia con ese orgullo y distinción charrúa que pocos tienen.
Matosas debe dejarse cobrar mejor que muchos. Su directiva es astuta y organizada, pero hoy es el centro de las explicaciones del bicampeonato. Lástima que no pudieron hacerse trascendentes en la Libertadores; tenían motivos, pero les faltaron razones.
Tras ese choque de frente contra la realidad, Matosas fue capaz de recuperar las piezas de su ajedrez y ponerlas en posición de jaque mate.
Vale criticar al Pachuca timorato de la vuelta en comparación con el arrojo que presentó en la ida, pero es más justo ponderar las habilidades de auténtico experto de cada jugador leonés para entender los 120 minutos del domingo.
Al Pachuca le faltó edad y oficio. León no tuvo nunca el suficiente nivel físico, pero fue compensando la falta de piernas con el exceso de decisiones afortunadas. No en vano Óscar Pérez se convirtió en el gran perdedor de la Final. Eso establece la calidad y frecuencia de los arribos esmeraldas en la suma de 180 minutos.
Pachuca jugó con mucho atrevimiento en los primeros 90; el León jugó como campeón a la hora de devolver la cortesía.
No hay que llegar primero, hay que saber llegar. Sabiduría del Rey León. Un técnico no tiene que gritar para que se haga escuchar, pero el silencio tampoco es su mejor socio. El entrenador tiene valor en la medida que los que dependen de él, crecen. Aquí, con el campeón, todos lo hicieron.
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