Esta incertidumbre atlantista es como lo escribió Vargas Llosa: deshojar una margarita cuyos pétalos no se terminan de desprender.
Los pocos o muchos atlantistas que lamentamos este descenso nos quejamos de lo mismo: no saber qué demonios sucederá con nuestro equipo. A esta raza azulgrana no le sorprende ni asusta descender, de alguna manera se encuentra en los acuerdos que aceptamos al decidir apoyar estos hermosos colores; pero sí nos molesta sobremanera la desinformación, el abandono y deshojar esta margarita interminablemente. Una especie de robo de identidad perpetrado por quien, paradójicamente, debería protegernos.
El Atlante es cultura popular de la Ciudad de México, esto se comprueba (también paradójicamente) con su lejanía: pertenece a donde ya no está... como el carrito de camotes, como el afilador de cuchillos o la campana de la basura que, al aparecer cada vez más esporádicamente, desatan la nostalgia en la Ciudad. Digamos que el Atlante, nuestro Atlante, hoy divaga en busca de la supervivencia. Como el organillero, que abandonó las bellas plazas llenas de palomas, para instalarse entre el tráfico y los cruceros de la capital: existe, pero no en su sitio; se le mira, pero sin la aprobación suficiente... Genera respeto por su tradición, pero la tendencia es ignorarlo.
En estos días que, por primera temporada he visto los partidos del Atlante con mi hijo, le pregunté antes de partir a la escuela: "¿Martín, me vas a acompañar hasta la Segunda División con el Atlante?". A lo que respondió: "Sí, pero ¿queda muy lejos, papá?".
No respondí porque nadie se ha molestado en informarnos qué tan lejos queda esa Segunda, porque no sabemos el camino y porque muy probablemente la distancia sea mayor que su paciencia.
El Atlante tiene hoy 98 años de vida ininterrumpida, su larguísimo andar, principalmente por caminos empedrados, le merecen celebrar su centenario tan ruidosamente como esta raza tan particular quiera, un deseo que de verse cumplido sería también un honor y, por supuesto, queremos ese deseo hecho realidad en Primera y por la vía deportiva, reglamentaria y/o legal.
El arraigo y la identidad se obtienen de dos maneras: con triunfos y con seguidores. El Atlante presumió de ambos en tan solo seis meses en Cancún. Lo más difícil se había logrado, el resto de la estancia en esa bella ciudad y dentro de ese improvisado estadio, fue tirar el sobrepeso de la embarcación para seguir a flote, sólo durante el tiempo que permitieran las ignoradas cuarteaduras que inevitablemente generarían el hundimiento.
El Atlante debe resolver dos grandes problemas igualmente graves: el descenso y su futuro. Problemas que tendrían solución si el dueño de este histórico equipo nos ayuda a terminar de deshojar la margarita de la incertidumbre con su aparición e información.
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