Históricamente en México nos hemos acostumbrado a que, una vez consumada la tragedia, se busca extemporáneamente la medida que debió ser preventiva... Es decir, en México la tradición ha sido tapar el pozo una vez ahogado el niño.
La Cámara de Diputados aprobó las reformas a la Ley de Cultura Física y Deporte con admirable rapidez, tras los incidentes en el Estadio Jalisco durante el Clásico Tapatío. Las sanciones parecen adecuadas para frenar a una pequeña minoría que pretende secuestrar uno de los atractivos más significativos que aún tiene nuestro futbol: la convivencia y la participación familiar.
El futbol es de protagonistas ganadores, de combatientes y de famosos; sólo que, a diferencia de los actores del juego, quienes por lo general han seguido la ruta larga, estos personaje buscan el protagonismo mediante la vía más rápida y más sencilla. Los entornos del futbol están llenos de gente que por regla general no consigue sobresalir en ninguna faceta importante de su vida, por lo tanto sus aspiraciones se enfocan a obtener reconocimiento y "éxito", aun a pesar de la intimidación y la ruptura de leyes. El desafío consiste en ser "el más cabrón", así sin más.
Si el aficionado convencional busca los domingos, a través de su equipo, el triunfo que le niega la vida durante la semana, el 'barrista' busca, a través del escándalo, la transgresión, la masa, el poder irrelevante y el apoyo disfrazado, el triunfo ficticio que cree obtener aunque sea cubierto de sangre, a golpes o hasta dentro de una patrulla.
Bill Buford narra en su crónica: "Entre los vándalos", su propia transformación de ser un ciudadano trabajador común y corriente, sin interés en el futbol, a convertirse en uno de los Hooligans: "Fue algo, lo entiendo ahora al reflexionar, no demasiado diferente del alcohol o del tabaco: asqueroso al principio, placentero a medida que te habitúas, una costumbre que no puedes dejar al cabo de un tiempo. Y quizás, a la postre, autodestructivo".
Normalmente estos jóvenes que se unen a las barras viven un enfrentamiento generacional con sus padres. Su atracción hacia llamar la atención les lleva, guiados por algunos con pasta de líderes, a agruparse y tratar de hacerse visibles. Quizá, en un inicio, no están viciados, pero la atracción e infiltración de gente nociva pronto es capaz de contagiar al resto.
En este caso vale un gran reconocimiento a quienes no dejaron pasar más tiempo y de inmediato se preocuparon en aprobar una reforma que, sin duda y si se ejerce al pie de la letra, ha salvado desde ya al primer muerto por violencia en un estadio mexicano.
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