El Presidente dijo basta, ya es suficiente. Primero ordenó que ningún policía podrá ir a los estadios. La noticia fue la principal en los medios y en las redes sociales. Después citó en su despacho a los presidentes de los dos clubes con más aficionados y al titular de la federación.
Debido a que la FIFA es bastante sensible a que las autoridades políticas se metan en los asuntos relacionados con el futbol, aclaró el Presidente que su convocatoria era para informarles de la disposición que le atañe al gobierno en materia de la administración de la fuerza pública. No fuera a sonar como un regaño.
Los últimos escandalosos incidentes habían dejado más de dos decenas de agentes heridos y una treintena de fanáticos detenidos y las instalaciones del estadio destrozadas, porque habían usado todo lo posible para atacar a los policías.
Lamentablemente, este tipo de vandalismo se registra desde México hasta Argentina. Tampoco está exento Brasil, la tierra del Mundial y del "jogo bonito", que contabilizó 30 muertos durante el 2013 y 234 desde 1984.
Por ejemplo, en febrero pasado grupos de aficionados se enfrentaron hasta molerse a palos. La Policía no había ingresado al estadio porque un juez se lo había impedido para "evitar provocaciones". La vigilancia la ejercía una compañía privada, pero sólo había seis efectivos. El partido estuvo suspendido una hora.
"Esta violencia va contra todo lo que creemos que es el futbol, un deporte de pasión, pero también de tolerancia", aseguró la presidenta de Brasil Dilma Rousseff después de los incidentes y dijo que estaría dispuesta a crear "una cárcel para aficionados".
El futbol sigue teniendo la convocatoria popular y con ella invita a los males sociales de este tiempo: la violencia impune y el desprecio por quien piensa o siente diferente.
Los políticos le dan largas a las medidas legales y los dirigentes miran para otro lado y hasta premian a los violentos integrándolos a los beneficios económicos.
Ayer en la mañana, en la reunión con los dirigentes, el Presidente les reiteró enérgico en su oficina: "Ningún policía llegará a los estadios. Son trabajadores y hay que protegerlos". Y, romántico, fundamentó la razón última: la seguridad de las canchas de futbol "no la tiene que dar la presencia policial, la tiene que sostener la madurez global de la sociedad".
Este Presidente no era Enrique Peña, era José Mujica de Uruguay; los dirigentes no eran los de Chivas y Atlas, eran los de Nacional y Peñarol, pero la violencia que convocaba era la misma.
Parece que en América Latina ya hay otro territorio donde la autoridad del Estado tampoco puede ejercerse.
¡Sólo falta que también aparezcan ahí las autodefensas!
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