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¿Quién controla al nuevo Frankenstein?
Héctor Huerta | 27-03-2014
en CANCHA
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En el más reciente incidente (no el último, por desgracia) quedó de manifiesto el germen de violencia latente, que ahora explotó, entre una barra de equipo de futbol y los cuerpos de seguridad.

Según los integrantes del "grupo de animación", prácticamente fue una pelea a muerte entre la barra de Chivas y la barra de los "puercos", como llaman a la Policía.

Viejos agravios almacenados en el baúl del rencor salieron a flote para propinar una monumental golpiza a ocho guardianes del orden, en un incidente en el que los agresores se quejan de que la Policía fue la que dio el primer macanazo, al retirar a uno de sus miembros con violencia extrema derivada de sus constantes abusos de autoridad.

Los barristas se quejan de los excesos policiacos que son, literalmente, producto de su falta de capacitación para controlar multitudes. No existen en el País cuerpos de élite capacitados previamente que puedan controlar con medidas más profesionales a una turba que se sale de control en un espectáculo público.

Lo ocurrido en el Jalisco es una más de las ya varias llamadas de atención de esta violencia incubada en el apasionado corazón de los barristas, que han hecho de la Policía el enemigo común.

La Liga MX y la propia FMF han sido rebasadas. Las barras ya no sólo son el dolor de cabeza para los dirigentes del futbol. Son un problema social.

Las barras dejaron de ser grupos de animación para transformarse en grupos de choque, que infringen con frecuencia el orden porque se saben hijos de la anarquía. La multitud les concede impunidad total y encuentran en los iguales (almas del mismo color) la excusa solidaria para atacar o defenderse de los enemigos reales o imaginarios. No defienden al futbol ni a su club. Defienden a otros barristas. Si no hay enemigos, los inventan. Y desentierran hachas de batalla por incidentes del pasado, donde fueron montoneados por la barra contraria o maltratados por la Policía.

Les une el sentimiento de la fuerza que da el anonimato. No ven, no escuchan. Sólo sienten. Y el sentimiento siempre está a la defensiva, con una carga de fuego interior para atacar a la menor provocación.

El perfil del aficionado cambió desde 1996, cuando Andrés Fassi impulsó la incorporación de las barras al tejido social del futbol mexicano.

Alguien tiene que parar este caos. Gobierno federal, diputados, el Poder Ejecutivo, gobiernos estatales o municipales. La Liga y la FMF han sido impotentes. El problema los rebasó y no saben qué hacer con el Frankenstein que importó (a lo mejor con buena intención) el Grupo Pachuca.

Hay que hacer algo, antes de que empecemos a sumar semanalmente, además de puntos y goles, muertos y heridos en los estadios mexicanos.

 
 
 
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