Si comparar jugadores de distintas posiciones para determinar al mejor es injusto, hacerlo con futbolistas de diferentes épocas resulta totalmente inútil.
El ejercicio mental, la charla de café, el perder tiempo en programas cuando no hay un mejor tema, implica volver a comparar a Pelé con Maradona, a Reynoso con Marín y a una serie de parejas inmortales que a veces ni fueron parejas ni tampoco contemporáneas. Inútil, aunque siempre es divertido.
El futbol no tiene tantos números que controlen su actividad como sucede en otros deportes. Pese a que la alta tecnología y los sofisticados sistemas de captura de datos miden pases acertados, kilómetros recorridos, potencia de los disparos y próximamente número de respiraciones por pique, no dejan de ser cifras a veces demasiado relativas que no nos dejan poner de acuerdo.
Así, el mayor número de pases correctos de un medio de contención o un lateral derecho es mucho menos valioso que los de un medio creativo o un extremo izquierdo. Como dijo Einstein en uno de sus múltiples arranques de genialidad, todo es relativo.
El número de partidos que cumple Oswaldo Sánchez este fin de semana tiene otras características: es una cifra luminosa que refleja toda una trayectoria longeva, exitosa y abundante en momentos brillantes.
El portero de Santos Laguna nacido en Atlas, idolatrado en las Chivas y bautizado con fuego en la Selección Nacional, no tendrá a nadie enfrente que haya jugado más partidos en su carrera. Sumará 698 en la Primera División, superando a Benjamín Galindo y a un reducido grupo de caballos de hierro que alcanzaron números similares.
Detrás de las cifras hay 20 años de esfuerzos, de reclamarle a sus rivales y a sus compañeros, de presionar a los árbitros, de sobrepasar momentos difíciles como perder a su padre en vísperas de un Mundial y de enormes atajadas, miles de demostraciones de liderazgo y de gente que fue a aclamarlo al estadio. Oswaldo Sánchez es de los últimos jugadores que ha dado México por los que alguien pagaría el boleto.
Se le ha acusado de ser poco salidor, de que el día que se caiga el larguero lo va a descalabrar porque no se mueve de la raya. De influir en el vestidor de la Selección por su capacidad de liderazgo... pero sobre todo, Oswaldo ha sido un espectáculo que ha vencido las ganas de no levantarse al entrenamiento al día siguiente y por eso ha durado tanto.
En este mundo de triunfos efímeros hay quien 20 años después sigue soñando. Aunque su hambre insaciable y su amor por el futbol le permitan seguir sumando, ya dejó un legado histórico que nadie, ni portero ni jugador de campo, logrará pronto.
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