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La estrella que no se apaga
Homero Fernández | 01-02-2014
en CANCHA
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Enero ha sido espectacular para él: su nombre volvió a los titulares de los diarios deportivos; apadrinó la inauguración de una iglesia cristiana; su hija española Thamirys fue bautizada en la alberca de su casa; durmió en la misma cama con su hijo de 18 años en la concentración de su equipo y regresó a las canchas brasileñas.

Vítor Borba Ferreira tiene 41 años. Cuando tenía 16 pocos apostaban por él porque su extremada delgadez, retratada fielmente en su cara huesuda, lo hacía ver frágil.

"Pata de palo", como le decían, buscó su oportunidad y la encontró en el Mori Mirim del estado de Sao Paulo, que lo catapultó a los grandes estadios.

Su calidad lo consagró en la Selección brasileña con la que debutó contra México, en 1993, anotando su primer gol de los 34 con el Scratch. Fue campeón del mundo en Corea/Japón y subcampeón en Francia.

Conquistó la Champions League con el Milán, la Supercopa europea con el Barcelona y el Milán, las Ligas de España, Italia y Grecia. Ganó el Balón de Oro de 1999 y el trofeo FIFA como mejor del mundo. Entonces, ya hacía mucho tiempo que todo el mundo le llamaba simplemente Rivaldo.

En su recorrido de dos décadas jugó en Uzbekistán, donde fue el mejor pagado del mundo, y estuvo en el Kabuscorp de Angola, propiedad del general Bento Kangama, uno de los magnates de los diamantes.

Regresó en 2013 a su país y pasó del cielo al infierno futbolero: tuvo que vivir el descenso de su equipo, el Sao Caetano.

Cerrando el círculo volvió por tercera vez al Mogi Mirim, donde ahora es el presidente del club y está desarrollando un proyecto de talentos jóvenes, entre los que está su hijo Rivaldinho. Su primer fruto ha sido la conquista del torneo estatal Sub 20.

Presidente y todo, no quiere colgar los botines. El juego contra el Sao Paulo, el 22 de enero, lo confirma. Tal vez, quería una revancha contra el club que lo contrató en 2011, solo le hacía jugar medio tiempo y le rescindió el contrato. Fue en un Morumbí casi vacío. Frente a él, en el arco contrario, otro cuarentón: Rogerio Ceni. Jugó 60 minutos. Perdieron 4-0.

"Independientemente del resultado fue una experiencia que nunca olvidaré. Estar al lado de mi hijo en la concentración, en el vestidor, en el autobús, fue un privilegio. Solamente, tengo que agradecer a Dios", escribió en su Twitter.

El gusto del "Presidente Rivaldo" no llegó al siguiente partido, se reportó lesionado.

"Va a ser él quien va a decidir cuándo. Debemos respetar su edad y condición física. La calidad técnica no se discute. Estando bien nos va ayudar mucho", sentenció el entrenador Ailton Silva.

Por lo pronto, a quien no ayudó mucho fue a la organización del Mundial. Declaró en la radio que Brasil no podrá con el evento y "pasará vergüenza".

Este enero, la prensa volvió a reproducir mil veces, como antes, el nombre de Rivaldo. Tenía motivos.

 
@MUNDODEPELOTA
homero.fernandez@cancha.com
 
 
 
 
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