Como suele suceder en el futbol mexicano, ya empezó el movimiento de directores técnicos en el incipiente Torneo de Clausura 2014.
Con solamente dos jornadas jugadas, en el emproblemado Atlante se decidió cambiar de entrenador para ver si así también cambia el rumbo que tiene a los pobres Potros decididamente encarrerados hacia la división de ascenso.
Más que el rendimiento del equipo, que no ha sido tan malo como lo exhibe el único puntito obtenido en dos juegos, lo que en parte propicia la evidente precipitación para tomar esa decisión es la urgencia por la que atraviesa el equipo, inmerso en esa batalla por la permanencia en la que carga con una sustancial desventaja no sólo numérica, sino también futbolística.
Si la mayoría de los dirigentes, ante la incapacidad para distinguir el funcionamiento de un equipo acostumbra basarse en el simplismo de los resultados para emitir sus diagnósticos, en este caso era iluso exigir la paciencia debida.
Tan iluso era pedir en el Atlante paciencia para este proyecto del que todavía no podía saberse qué tan productivo sería, como incomprensible resulta la paciente inmovilidad de los dirigentes de otros equipos con proyectos evidentemente fallidos o claramente desgastados.
Para juzgar con certeza el trabajo de cualquier técnico, entre otras cosas son necesarios dos requisitos con los que en la mayoría de los casos no cuentan quienes toman y deben tomar ese tipo de decisiones.
Distinguir cómo funciona el equipo más allá de los simples resultados, y entender cómo debería funcionar considerando el potencial del plantel con el que cuenta.
Si nos atenemos a ese principio fundamental, lo que en la cancha debe hacerse de acuerdo a lo que se tiene, son varios los equipos que ameritarían un cambio en la dirección técnica, mucho más de lo que lo ameritaba el Atlante.
Pero así suelen manejar las cosas los de pantalón largo, con el simple "diagnóstico resultadista": si ganas sigues y si pierdes sales.
Ojalá fuera tan sencillo.
gomezjunco@reforma.com
@rgomezjunco
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