Es indudable que en nuestro futbol, por obra y gracia de su sistema de competencia, no siempre se corona como campeón el equipo que mejor juega.
Entre muchos campeones "simplemente reglamentarios", algunos lo han sido con más o menos méritos que otros, y la mayoría de ellos con un futbol no muy digno de ser recordado.
Incluso se han producido campeones "de panzazo", equipos que fueron avanzando sin saber muy bien cómo, o gracias a la suerte y a los imponderables del juego, que en cada instancia fueron permitiéndoles dejar en el camino a contendientes que desplegaban mejor futbol.
Hace seis meses, la Liguilla adquirió otra dimensión cuando con todo merecimiento se coronó el América en la que quizá sea la Final más dramática en la historia del balompié mexicano.
Y ahora lo que reconforta es que se haya levantado con el título de campeón un equipo que juega como lo ha hecho el León, con esa indeclinable defensa de su vocación ofensiva.
Porque a diferencia de otros campeones solamente reglamentarios, más o menos meritorios o de plano "de panzazo", este León de Gustavo Matosas es un campeón ejemplar, brillante, memorable.
Como lo fueron en su momento aquel Toluca de Enrique Meza, o el Monterrey de Víctor Manuel Vucetich, o el Cruz Azul de Raúl Cárdenas, o el Guadalajara de los cincuenta y los sesenta, o el América de José Antonio Roca en los setenta o el de Carlos Reinoso en los ochenta.
O como debieron serlo, porque así lo merecían, aquel Atlas de Ricardo La Volpe de los noventa, o las Chivas del 83 de Alberto Guerra, o el Celaya de Juan Manuel Álvarez en el 96 (por mencionar solamente a tres de los "campeones sin corona").
Ahora, con este flamante y ejemplar campeón esmeralda, entre otras cosas vuelve a demostrarse que en el futbol se puede jugar bien y "bonito", se puede ofrecer un agradable espectáculo y al mismo tiempo cosechar puntos y ganar títulos.
Ojalá cundiera el ejemplo.
@rgomezjunco
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