Los sueldos de Emanuel Ginóbili, Tony Parker y Tim Duncan son una fortuna y se vio que no condicionan sus actitudes. Vienen a México y conviven con ese equipo de mini jugadores descalzos oaxaqueños que tocan el alma de cualquiera porque el deporte les ha hecho vivir una realidad muy distinta a la que tendrían sin eso.
Pero me quiero detener en un asunto: la accesibilidad que tuvieron para con los chavos. No estaban obligados por contrato, y más allá de cualquier atadura por quedar bien, entendieron que hay momentos en los que el profesional debe "desdoblarse" no importando la parte de la estratósfera en la que te ha ubicado el deporte profesional de paga. Y convivieron con los niños como casi ningún futbolista suele hacerlo, y antes de un juego oficial.
Los clubes de futbol nacionales hacen algunas actividades de servicio social, pero nada como esto. San Antonio ha logrado posicionarse con ese simple detalle como una franquicia muy querida en México. Miami por los éxitos recientes, Lakers y Celtics por su abolengo, Chicago por Jordan y algún otro, se encuentran en la órbita más afectiva de los aficionados mexicanos a ese gran industria-deporte en la que se ha convertido el basquetbol, uno de los deportes más practicados en el planeta.
Pero el martes, San Antonio logró un ascenso importante en el corazón del aficionado mexicano por ese gesto desinteresado y espontáneo. Veo la actitud de esos millonarios de la pirueta y no puedo dejar de pensar en cada desdén del futbolista mexicano, sea nuevo o consagrado.
Y principalmente no dejo de reflexionar en lo alejado que están las estrategias de cercanía respecto al consumidor de cada equipo profesional de futbol en México. El punto medular es que, mientras para ellos lo que pasó con los niños oaxaqueños, es parte de su responsabilidad y derrochan gusto por hacerlo, acá hay muy pocas estrategias en el futbol que cuenten con el impacto y la consistencia, con el deseo legítimo y desinteresado por hacer contacto con los niños para que queden enamorados para siempre de su deporte.
Claro que es cuestión de cultura deportiva, y nada que ver con la invasión del Azul o las típicas aguas orgánicas que se lanzan en cada tiro de esquina en México.
Y si usted ha podido ir a un juego de la NBA, es testigo de que la distancia entre el profesional que se esfuerza y el público que aplaude o reprocha no necesita ni mallas ni más de un metro. Aprendamos con humildad de quienes saben hacer deporte y negocio, y que entienden perfectamente, que el que paga manda, y que el que paga tiene un límite para mandar.
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