Resurgir después de las últimas carbonizadas actuaciones de México, será el objetivo de Miguel Herrera y ésta improvisada Selección que pretende ser menos improvisada que las versiones anteriores.
Muchos aficionados toman opinión de cualquier lado posible sobre los alcances del equipo de Nueva Zelanda. Francamente me sirve de poco que me digan que son semi-profesionales, para bien o para mal.
Se trata de deportistas con un límite evidente en sus capacidades futbolísticas, pero también de ciudadanos de un país de primer mundo en el que la gente está acostumbrada a comer bien, a asistir a escuelas gratuitas de gran calidad, a desarrollarse de manera funcional en muchas materias para sostener esa calidad de vida que no se da en muchas partes del mundo.
El partido deberá ser asequible para México en el trámite de los 90 minutos, a esa hora y en el Azteca. Es temerario esperar una goleada, pero lo lógico, lo natural, es que aún bajo las circunstancias presentes de presión que emana el entorno, los jugadores elegidos por Herrera, sean capaces de imponer el estilo, la dinámica, el ritmo y el control de la pelota a ras de pasto para ganar con claridad el juego.
Un gol destapará esa angustia colectiva que se ha generado en el Azteca durante las últimas actuaciones. Se precisa jugar con intensidad y concentración, con responsabilidad y compromiso, pero también con el descaro propio de quien se sabe superior en desequilibrio y técnica.
El problema no está en que desde afuera se minimice o sobrevalore a Nueva Zelanda, es adentro donde el jugador debe respetar al rival y luego lanzársele sin piedad para resolver la Repesca desde el capítulo uno.
Los visitantes insistirán en jugar por arriba y pocos toques, México debe hacerlo por abajo y las veces que sea necesario, insistir sin perder la paciencia y ensañarse con la contundencia. Creo que no será tan complicado.
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