El final de película con el gol de Raúl Alonso Jiménez, el viernes en el Azteca, le puso kilos de maquillaje a una manera de jugar que el Tri no mudó a otra mejor pese al cambio de director técnico.
Cuando cerca del final cayó el empate, las sensaciones fueron las mismas de las cuatro anteriores ocasiones en que el Tri jugó como local el Hexagonal: empieza bien, redondea buenos primeros tiempos en los que su falta de contundencia dista de asegurar el marcador y en el complemento se cae.
También Panamá adelantó filas, hizo que México perdiera por buenos ratos la posesión y la posición en el campo y su gol, producto de una mala decisión de Hugo Ayala y otra del árbitro que no señaló una falta sobre Rafa Márquez, hicieron que los demonios de otras noches salieran de todos los túneles del Azteca. El empate, que dadas las circunstancias se convertía en una derrota que alejaba a la Selección del Mundial, recorrió la médula de los testigos presenciales ya sea en el estadio o electrónicamente. Esa sensación tan desagradable volvía.
La ya célebre chilena de Jiménez, a dos minutos de entrar al campo, se pareció a esa otra noche mágica en la que el Azteca se convirtió en un majestuoso escenario: la de la Final, en que un último golpe dejó la victoria en los dueños del terreno frente a Cruz Azul.
Ha sido tan mala la Eliminatoria, tan esquiva en sus resultados y en la consistencia de los desempeños, que el grito de gol que inundó al Azteca para evaporar a todos los malos espíritus mereció la intensidad de una hazaña mayor.
Raúl merece que muchos le rindan tributo: firmó una obra de arte cuando era vital, indispensable para el Tri que algo sucediera en esos últimos instantes del partido.
Ahora, a ponerse mañana otra vez el traje de sufrir. La visita a Costa Rica no admite siquiera mencionar que los números favorecen históricamente en este tipo de viajes al seleccionado. No hay antecedente que valga. Lo importante es el momento, el hoy que obliga contra el tiempo a recobrar la memoria, mecanizar el par de movimientos que puedan dar la sorpresa. Y a ganar esperando un resultado ajeno que termine de hacer real el milagro. México aún puede ir directamente a Brasil.
Un titubeo, una derrota en San José -deseosos estarán los ticos de firmar la sentencia- y todo se puede terminar: quedar fuera del Mundial, hacer el peor papel de la historia en una Eliminatoria generosa, que tantos lugares le regalan a la Concacaf.
No hay tiempo de mucho más que recordar a cada segundo que hay que ganar. Que el mañana es una ilusión que no existe todavía.
fjgonzalez@reforma.com
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