Mañana se juega el Clásico de la Ciudad. Es día de fiesta para muchos aficionados y motivo de pachanga para muchos más.
El Clásico tiene muchas caras y no todas son de buen ver.
Comencemos por el aficionado, aquel que pone su afición, costumbre, historia y herencia deportiva en los pies de sus ídolos. Ellos gozarán y sufrirán el encuentro de manera personal, hasta el último de sus gritos, hasta el último de sus miedos y con el alma hecha un puño, esperando tener la victoria de su lado.
A ellos no les importan los directivos, las barras, los medios de comunicación, los promotores, los patrocinadores; a ellos les gusta el futbol. Entienden que es un espectáculo deportivo que les da alegrías y les hace vibrar con los suyos. Saben que hay cosas más importantes en su vida que un simple juego.
A ellos mi cariño, admiración y respeto. ¡Qué bonito!, ¿verdad?
Pero hay otros, de otra raza, con otra cara, objetivo y propósito. A esos sí les importa el dinero, los directivos y promotores. Esos no quieren al futbol.
A esos no les doy mi cariño, ni los admiro, y los desprecio.
Mi memoria y mi edad no me dan para recordar Clásicos de los sesentas o setentas. No por ello no sé que sucedió y por lo cual se ganaron este superlativo, pero sí me da para recordar las hazañas o vergüenzas que pasaron los jugadores de esa época. Recuerdos buenos, tristes, difíciles, penosos, dolorosos, amargos y dulces; fantásticos o trágicos; recuerdos de mi vida.
Nunca olvido en dónde estaba en esos momentos de Clásico, con quién y qué pasó ese día y el festejo o la manera en que manejé la derrota.
Los Clásicos dividían -no sé si todavía- familias, y grupos de amistad, incluyendo a la mía. Dividían, sí, pero al mismo tiempo unían.
Recuerdo mis apuestas de niño, de joven y de casi viejo. Pero ahora lo vivo, ya no desde la cancha, ya no como aficionado, sino como un enamorado de este deporte.
También lo sufro y lo gozo, sin aquel cargamento de emociones que antes involucraba. Lo gozo con respeto y pasión a mi profesión.
Todavía recuerdo mi debut en un Clásico: ¡qué día, y qué noche!. Más bien debería de decir, ¡qué días, y qué noches!. Desde que supe que iba en la alineación titular, tres días antes, ya no pude dormir, no quería comer y no podía pensar en nada más. Era mi día de ser parte de la historia.
Jugaría muchos más, ganaba o perdía, muchas veces con merecimientos y otras no tanto. Se disfrutaban o sufrían de igual forma.
Si se ganaba, los días por venir y hasta el siguiente encuentro contra ellos, los podía molestar y sentirme feliz; pero si perdía, las cosas no caminaban bien. Las miradas de reproche de tu afición, acompañadas de muchas mentadas de madre y sobre todo, la vergüenza que tenía con aquellos que habían puesto su cariño en mi pies era atormentadora y una loza muy pesada.
Sí tenía vergüenza, no de jugar y competir: de defraudar.
Mañana se juega el Clásico y voy a estar ahí, le voy a sumar recuerdos a mi memoria y espero que sean buenos cosas que almacenar.
Tu, ¿cómo vas a vivir tu Clásico?
@JUGADA VIRIL
diego.silva@mural.com
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