Entre dos extremos radicalmente opuestos se ha movido desde siempre la crítica futbolera.

Entre quienes todo lo ven de un lóbrego y lúgubre color negro, y quienes todo lo perciben de un maravilloso y brillante tono rosa.

Así ha transitado tradicionalmente el "periodismo futbolero" en México.

O todo está mal en nuestro futbol y hay que denostarlo, o todo lo hecho en México está bien hecho y hay que aplaudirlo.

Nuestra Liga es la mejor del mundo y hay que consumirla alegremente, o es la peor de todas y sólo procede ignorarla.

Más allá de las críticas recibidas, Miguel Herrera fue certero en su reciente diagnóstico: la Liga MX no está para competir con la MLS, sino con las Ligas de Europa.

A pesar del indudable crecimiento de la Liga estadounidense, es con las mejores con quienes la mexicana compite y debe siempre tratar de competir.

Para hacerlo con buenas probabilidades de éxito, por supuesto, primero hay que mejorar en múltiples rubros, desatorarse de los tremendos rezagos, desactivar los diversos frenos, promover y propiciar la formación de futbolistas mexicanos, regular y reducir el número de extranjeros y naturalizados por equipo, profesionalizar los puestos directivos y de directores técnicos, anteponer los intereses deportivos de largo plazo a los centaveros del plazo inmediato, modificar y pulir el actual sistema de competencia promotor de la mediocridad e inhibidor de la búsqueda de la excelencia.

Después, ser capaces de ubicar a la propia Liga en su verdadera dimensión, para entender cuánto camino queda por recorrerse.

Ciertamente nuestra Liga está por abajo de la inglesa, la española, la alemana y la italiana, pero arriba de la holandesa, la griega o la belga; y más o menos a la par de la francesa, la portuguesa... y las mejores de Sudamérica.

Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.

Cuestión de ubicar las cosas en su auténtica medida.

Y ustedes, estimados lectores, ¿qué tan fuerte ven a nuestra Liga y qué tan lejos de las mejores?

 
Twitter: @rgomezjunco