La Selección Mexicana cumplió ayer, con creces, con el primordial objetivo.
En un magnífico partido de preparación ante la escuadra de Bélgica, los tricolores de Juan Carlos Osorio manifestaron una sustancial mejoría en su funcionamiento, y empataron a tres goles.
A pesar de la inquietante vulnerabilidad de su aparato defensivo, en términos generales la actuación del conjunto mexicano es quizá la más convincente que ha tenido desde aquellos estupendos sesenta minutos ante los uruguayos... en esa Copa Centenario de triste recuerdo para el Tri.
Ayer, con la sorprendente recuperación en su futbol, quedó plenamente confirmado que esta extraordinaria generación de jugadores mexicanos cuenta con el potencial necesario para aspirar a grandes objetivos.
A pesar de los pesares, el partido brindado en Bélgica permite abrigar esperanzas, entre los aficionados mexicanos, de un buen papel del "equipo de todos" en la Copa del Mundo que iniciará en siete meses y tres días.
A pesar de la falta de continuidad en el trabajo y las alineaciones, de las excesivas "rotaciones", del tergiversado concepto de lo que debe ser la competencia interna, de la pretensión de ser muy flexibles en el funcionamiento sin dominar antes lo esencial.
A pesar de todo eso, pero gracias a una formación congruente, a un planteamiento inteligente y a la simple conexión natural entre estupendos futbolistas, ayer la Selección Mexicana jugó como tenía rato de no hacerlo.
Con personalidad, convencidos en el trabajo de recuperación de la pelota, eficientes para manejarla, solidarios para repartirse el terreno y el esfuerzo, rápidos e imaginativos en los ataques, con la inconmensurable figura de Lozano encargado de encabezarlos y culminarlos.
Ciertamente, en sector defensivo se exhibieron alarmantes deficiencias, pero en general los tricolores cumplieron con el compromiso primordial: reflejar en su juego lo que se juega en México.
¿Será mucho pedir que así le sigan?
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