Cristalizó en las Chivas el vergonzoso y rotundo fracaso.
El actual campeón del futbol mexicano, eliminado en la Liga cuando a su Fase Regular le faltan cuatro jornadas, y ocupando el último lugar en la Tabla de 18 participantes.
Imperdonable por donde se le vea, aunque sobren argumentos para sostener que el Guadalajara no ha jugado tan mal como lo señalan esos magros números.
Para no ir tan lejos, baste decir que en sus dos más recientes actuaciones, en términos generales, en la cancha fue mejor que el América y mucho mejor que el Morelia, y sin embargo perdió en ambos partidos.
Es decir, que en lugar de ocupar el decimoctavo sitio podría estar navegando alrededor del decimosegundo, lo que de cualquier forma resultaría vergonzoso para un campeón.
Jugando como lo hizo en esos dos partidos, las Chivas estarían en zona de clasificación sin mayores problemas; pero como se tardaron ocho o nueve jornadas en empezar a hacerlo, están merecidamente eliminadas.
Cuando se produce un fracaso así de vergonzoso y de rotundo, el siguiente paso, obligado, es acertar en el diagnóstico para corregir el rumbo, para evitar que a un fracaso se liguen otros.
En este caso, a diferencia de otros, salta a la vista que la principal responsabilidad por dicho fracaso no está en el director técnico, sino en los jugadores. No está en Matías Almeyda, que sigue siendo el mismo (y él mismo), sino en varios futbolistas que como tales han sido distintos.
Cuando hay bajas individuales de juego tan ostensibles, aunque mucho le corresponda al técnico tratar de solucionar el problema, es en los propios jugadores, en cada uno, donde deben buscarse las causas.
Ahí hay que buscar, y para hacerlo, para corregir tras el fracaso, las Chivas necesitan que permanezca Almeyda.
Hacen bien en seguir con él.
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