El futbol tiene entre sus cualidades el poder de convertirse en mágico cuando nadie espera un truco.
Puede un equipo tener una noche maravillosa que cerca de su culminación se evapora para convertirse en una de esas pesadillas que le perseguirán durante muchos años.
Las Chivas de ayer en el Azteca fueron, de lejos, las mejores de la campaña.
Crecidas al castigo de una temporada de resultados infames, recuperaron la alegría, la intensidad y el brillo que hasta antes de anoche sólo era un recuerdo de aquella final contra los Tigres.
Lo que sí mantuvieron fue la vocación ofensiva que Matías Almeyda les ha impreso desde su llegada.
Osaron incluso poner a Isaac Brizuela como lateral derecho en una apuesta que parecía suicida, pero terminó teniendo la razón.
El América no sabía dónde estaba parado.
La posesión, iniciativa y propuesta de los rojiblancos abrumaba a un conjunto que, al contrario que su rival, manifestaba su peor versión en lo que va del semestre.
Fiel a su tradición, el conjunto tapatío padecía, sin embargo, de un mal congénito: su falta de gol.
Si contra el Cruz Azul vimos como las Águilas se levantaron de un inicio tormentoso para terminar imponiéndose con claridad, lo de anoche fue lo mismo, pero en un frasco más pequeño y concentrado, como corresponde a los buenos perfumes.
Al minuto 70, el sofocado América recibió un regalo que le cambió la vida. El rebote de Cota a un disparo de Uribe con poco chiste se convirtió en la granada que recogió Peralta para hacer explotar a un estadio hasta ese instante resignado ante lo que veían sus ojos.
Como ocurre con los boxeadores, las Chivas resultaron tocadas por el golpe y sus piernas seguían flaqueando cuando, dos minutos después, cayó el gol de Renato Ibarra, que mandó las cosas a un escenario aparecido de repente, apelando a la citada magia que en el América aspira a ser marca registrada.
El juego nunca regresó al estado que mantuvo hasta antes del empate.
La lesión de Carlos Salcido, ocurrida justo antes de la debacle, motivó la salida del único líder que tenía el equipo.
Si fue un accidente, el destino o la falta de temple para resistir, lo que provocó la derrota chiva tendrá que analizarse en el vestidor rojiblanco.
Del otro lado, la cercanía al liderato general no puede borrar en la conciencia americanista que estaba sufriendo una de sus peores noches frente al rival menos querido.
Mientras el visitante se despide de la Liguilla, el ganador se mete a ella.
Trae la puntería fina y la suerte derecha.
Eso lo hace un rival mayúsculo para cualquiera gracias a sus propios recursos y a un técnico que cuando viste de amarillo, parece vivir en estado de gracia.
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