La huella que las personas dejan en la vida no se mide solo por el número de esquelas que aparecen al día siguiente o por la cantidad de personas que asisten al velorio.
La mayor forma de trascender es en el respeto, el cariño y la opinión de quienes nos quedamos un rato más y lloramos a nuestra manera esa ausencia en el mundo terrenal.
Nacho Matus no era un personaje respetado en el periodismo deportivo. Era venerado. Era imitado. Era un modelo.
Hay quienes hablan de un nuevo y un viejo periodismo.
No es justa tal clasificación. Lo hay bueno y lo hay malo. En todos los tiempos pasados, presentes y futuros.
Desde el palco de prensa del Estadio Azteca, había quienes lo veían con recelo en aquellos años. Otros, con contemplación. Nunca se sentaba con el resto de los reporteros. Lo hacía en el palco de junto, el de la Federación, para que nadie lo interrumpiera en su observación del partido.
Lo desplegaba al día siguiente en las páginas del Esto con sus crónicas gigantescas llenas de detalles tácticos -cuando nadie hablaba de táctica- y de precisiones parecidas a la de un bisturí, como aconsejaba Julio Scherer a cualquiera que se atreviera a ejercer el periodismo.
No publicaba notas sin confirmar por lo menos en dos fuentes, no se iba de la redacción antes que ninguno de sus reporteros y redactores porque tenía que revisarlo todo. Era tan celoso que solo él sabía cual sería la nota y titular de portada del día siguiente. Por eso se quedaba de guardia siempre. Fue un noctámbulo por excelencia y un espléndido maestro por imitación.
Homenajeó a la letra impresa cada mañana y al oficio periodístico toda su vida.
Matus era una de las últimas plumas que quedaban de esa estirpe. Charlista hasta el último momento, influyente como nadie en sus tiempos, nacionalista declarado de palabra y obra. Esposo, padre y abuelo feliz.
Hace algunos años surgió la idea de reunir en un gran trabajo a nivel nacional aquellas historias olvidadas de esa Enciclopedia del futbol mexicano que jamás se ha escrito.
El tiempo, el presupuesto y las prisas lo aplazaron hasta hacerlo hoy menos viable porque faltaría la mirada de un hombre que vivió todo pero de cuya escritura imprescindible ya carecemos hoy.
Es una pena porque él ya había aceptado con ilusión. El día a día nos va ganando a todos.
Por el buen periodismo, por los amigos que dejó, por las exclusivas que publicó, por el tiempo que pasamos en un grupo de trabajo que tal vez no lo supo comprender, Ignacio Matus es mucho mas que mil esquelas.
Su legado somos todos los que quedamos y nos dedicamos a esto.
Descanse en paz.
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