La novela del momento en el ámbito futbolístico tiene a Neymar como principal protagonista.
Al París Saint Germain se le ocurrió desembolsar una cantidad nunca antes desembolsada para contratar a jugador alguno, para así hacer valer una cláusula de rescisión premeditadamente exorbitante.
A diferencia de lo que sucede en estos mexicanos lares, en aquellos se necesita la aprobación del futbolista para realizar cualquier transacción que lo involucre; sobre todo, por supuesto, si ese futbolista está entre los cuatro o cinco mejores en el mundo.
Por fuertes razones económicas, y quizá por algunas otras, Neymar decidió aceptar, y al hacerlo no le quedó al Barcelona nada más qué hacer.
Jugar en el actual conjunto blaugrana implica, entre otras cosas, aceptar de antemano que no podrás ser el mejor jugador del equipo... mientras en él siga Messi.
Por un lado, junto al mejor futbolista del mundo crecen tus posibilidades de desarrollar al máximo tu propio potencial; pero por otro, aceptas tácitamente crecer a la sombra de esa incomparable figura.
Es cierto, seguramente Neymar extrañará al Barcelona aun más que el Barsa a él; pero el astro brasileño contaba y cuenta con el inalienable y completo derecho de decidir dónde juega... y así lo ejerció.
Increíblemente, entre varios fanatizados seguidores de la escuadra catalana todo se reduce a reprocharle a Neymar su condición de "mercenario".
No importa lo que en su momento le dio al equipo, lo de menos son sus brillantes actuaciones, empezando por aquella en la que, precisamente ante el equipo que ahora se lo lleva, encabezó la memorable remontada en la más reciente edición de la Champions League.
¿Y si mejor nada más le agradecen lo que ahí jugó y le desean el mayor de los éxitos en su nueva etapa?
Aparentemente es mucho pedir.
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