El pobre desempeño de la Selección Mexicana produce una y otra vez diagnósticos erróneos.
Lo es, por ejemplo, deducir que este es el nivel del futbol mexicano, que no hay jugadores para aspirar a competir a otras alturas, que nuestro futbol siempre ha sido ése.
En realidad, el futbol mexicano ha progresado, a pesar de sus altibajos sigue elevando año tras año su calidad, y la actual Selección Nacional debería desplegar mucho mejor futbol que el hasta ahora desplegado.
Evidentemente, ese progreso hubiera sido mayor y más rápido si no fuera por el permanente freno que con sus múltiples decisiones equivocadas le han puesto desde siempre los de pantalón largo a nuestro balompié.
Nuestro futbol sería otro con gente más capaz al frente, con dirigentes que le entendieran mejor a este juego, que dejaran de manejar a sus propios equipos y a la Liga entera como simples juguetes, que tuvieran la necesaria visión futbolística de mediano y largo plazo, y supieran anteponerla a su limitada visión económica del plazo inmediato.
Porque esa corta visión es la que en términos generales ha permitido y promovido la proliferación de jugadores extranjeros, la incapacidad o el desinterés para forjar los propios y darles los indispensables espacios para crecer y desarrollarse, la falta de continuidad en los distintos procesos, el maltrato a futbolistas acostumbrados a ser pisoteados afuera de la cancha y por lo tanto menos capaces de defenderse adentro, la creación de un sistema de competencia promotor de la mediocridad e inhibidor de la búsqueda de la excelencia.
Para aspirar a corregir todo eso y a un futbol mexicano de mayores alcances, hacen falta dirigentes más capaces y conocedores, menos improvisados y centaveros.
Mientras llegan, sólo resta esperar que la Selección, como debería, juegue mucho mejor con lo que se tiene... que no es tan poco como hace parecerlo con lo mal que juega.
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