El sprint de Rafa Puente para cruzar la cancha del Estadio Banorte y abrazar a su padre, una vez finalizado el encuentro de la Final de Ascenso entre sus Lobos BUAP y Dorados de Sinaloa, no fue solamente parte de su particular festejo, fue la liberación de tantas críticas y la bienvenida a la credibilidad que gran porcentaje de la "familia del futbol" no le concedía hasta ese momento.
Y es que pocos golpes de credibilidad tan contundentes podemos atestiguar en nuestro futbol mexicano, con el triunfo absoluto de un equipo que ni por nómina ni por nombres, ni por historia, ni por afición o plaza era considerado para llegar a la Máxima Categoría. Bastaron tan solo siete meses, desde la llegada de Puente a Puebla, para ascender a Lobos BUAP, equipo que, un torneo atrás ni siquiera logró clasificar a la Liguilla ni a la Copa MX.
La historia del ascenso de esta institución es comparable con la de aquel Atlético Celaya que sorprendió a todo el futbol mexicano con su coronación en 1995. Aquellos Toros de Butragueño incluso tuvieron que jugar durante un semestre en el Estadio Corregidora, mientras se realizaban las obras de ampliación en el Miguel Alemán. Algo que Lobos no tendrá que padecer.
Puente tiene la fortuna y la mala fortuna de llevar el nombre de su padre, de tener las mismas aficiones, pasiones y las mismas ilusiones, lo que le ha ocasionado ser comparado constantemente y tener que trabajar a veces el doble o triple para lograrlas bajo su propio sello.
Recuerdo aquella fatídica noche en Toluca, cuando las Chivas que Rafa presidía deportivamente, con Carlos Bustos como técnico, perdieron y con esa derrota se terminaron los pocos meses que Puente operó, con un balance negativo que le significó críticas y burlas por doquier. A ese fracaso le colgaron su breve carrera como futbolista, analista y actor, para catalogarlo como "Aprendiz de todo y oficial de nada".
Pero basta escuchar su historia para darse cuenta que lo que para unos es "dar bandazos", para otros es parte del aprendizaje; lo que para unos es necedad, para otros es perseverancia; lo que para unos es falta de orientación vocacional, para otros es la construcción de un claro objetivo que, en Rafa, siempre fue la dirección técnica y hoy nadie (nadie) puede dudar que, más allá de su título de entrenador, ya se ha graduado ante todo el País en esa profesión.
No, a este Rafael Puente Del Río nadie le ayudó, tocó puertas por sí mismo, llamó y escribió a un sinnúmero de equipos, presentó sus proyectos de acuerdo a cada perfil y esperó una oportunidad que para el Apertura 2016 llegó. Era todo lo que necesitaba, a partir de ahí el convencimiento de su seguridad y trabajo diario y silencioso rindieron frutos. Quienes lo siguieron semana a semana advertían sobre su potencial. Hoy es el equipo número 18 de la Liga MX.
Esos 70 metros que recorrió a toda velocidad en Culiacán para abrazar a su padre fueron la liberación, pisada a pisada, de muchos años cargando el estigma de ser el eterno aprendiz, pero una vez que trepó esa reja y se fundió en el abrazo, pasó a ser un sorprendente y respetado oficial en la dirección técnica contemporánea, con un éxito que raya en la hazaña.
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