Por ser tan obvio, sale sobrando decir que la Final de mañana está como para que en ella se corone cualquiera.
Un aproximado 64-36 anterior al partido del jueves, que a su minuto 60 se había convertido quizá en un 36-64, quizá ande ahora, más o menos, en un 52-48.
Ahora, entre otras cosas, lo importante será que los respectivos directores técnicos y jugadores entiendan cabalmente y sepan procesar lo que sucedió en esos primeros 90 minutos, como al parecer muchos observadores del juego, ya no digamos los enfervorizados seguidores de uno y otro equipo, estuvieron lejos de hacerlo.
A veces, como en esta ocasión, resulta pasmosa la mayoritaria incapacidad para analizar los partidos más allá del simple resultado y sin camiseta puesta.
Los Tigres tuvieron mucho más tiempo el balón, el partido se jugó durante más tiempo en cancha del visitante, los locales llegaron con más frecuencia, se les contabilizaron 19 disparos a la portería contraria, al Guadalajara 5... y sin embargo muchos alabaron "el gran manejo de partido" de las Chivas.
Simplista "análisis" en función del resultado, que por supuesto fue buenísimo para el ordenado, solidario y combativo pero excesivamente cauteloso conjunto rojiblanco, agradecido beneficiario de dos increíbles regalos del portero adversario.
Pero más allá de tanto análisis resultadista, lo primordial será que los involucrados en esta Final acierten al interpretar lo que sucedió en sus dos primeros tiempos para tratar de mejorar en los segundos.
Por lo pronto, ya se sabe que una Final de vuelta empieza a jugarse al terminar la de ida, y en ese sentido es indudable que tanto Matías Almeyda como Ricardo Ferretti, con sus ecuánimes posturas, sus sensatas declaraciones y sus atinados diagnósticos, ya empezaron a jugarla muy bien.
Queda por verse cómo la juegan mañana, al momento de la verdad, quienes mejor deberían jugarla.
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