Suele estar la verdad en el punto medio, pero al ser humano le encantan los extremos.
Dos extremos opuestos son, por ejemplo, la xenofobia y el malinchismo; y es evidente que nuestro futbol se ha inclinado tradicionalmente hacia el segundo.
A tal grado, que cada vez le cuesta más trabajo al futbolista mexicano encontrar los espacios propicios para desarrollarse a plenitud.
Porque son pocos los clubes cabalmente interesados en la formación de jugadores, y porque los lugares disponibles para jugar y consolidarse se han ido reduciendo.
Dos motivos que se fortalecen y retroalimentan en detrimento del desarrollo de los futbolistas mexicanos.
En defensa de esos futbolistas, surgen las voces de dos buenos directores técnicos extranjeros obligados a trabajar, por obvias cuestiones, exclusivamente con material mexicano: Matías Almeyda y Juan Carlos Osorio.
Aunque entre ellos y en lo que se refiere a su percepción del juego puedan tener sus discrepancias, ambos han aprendido a distinguir, aquilatar y reconocer la calidad del futbolista mexicano, superior a lo que muchos piensan.
Valdría la pena escucharlos, aprovechar sus experiencias y actuar en consecuencia.
Primero, sembrar el campo propicio para la formación y el crecimiento de los jugadores mexicanos.
Después, establecer una regla o fórmula más balanceada y justa que la actual del "10-8". Y por último, entablar una equitativa competencia para que a final de cuentas jueguen quienes mejor lo hagan, independientemente de la nacionalidad que ostenten.
Ni xenofobia ni malinchismo; simplemente futbol... y equidad de condiciones para competir.
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