La diferencia entre América y Guadalajara para definir al semifinalista no fue únicamente un gol. Fue la mentalidad y costumbre de uno y otro para ganar los partidos trascendentes.
Victimario en la Copa, víctima en la Liga, Chivas terminó dando grandes muestras de fragilidad ofensiva cuando tenía más gente en el campo con la obligación de demostrar lo contrario.
Se llenó de ofensivos a cambio del manejo en el medio campo y terminó siendo sometido por los cabezazos de una defensiva americanista impasable y una jauría de velocistas que jugaron al espacio largo dejando de lado ciertas premisas de elaboración de juego que cuando se saca un resultado, resultan lo de menos.
Pese a los intentos postreros del chiverío yéndose encima del rival, no generó situaciones de verdadero peligro. América, en uno de los Clásicos más rasposos de los últimos tiempos, tomó venganza de la afrenta copera, en la que, técnicamente, es cierto que no perdió.
Algo parecido le sucedió al Pachuca, que tuvo a raya a un Necaxa con portero de leyenda en Sudamérica que ahora la escribe en Aguascalientes.
Necaxa, el campeón del Ascenso, le tumbó la corona al monarca vigente de la máxima categoría. No fue el mismo ritmo de los Tuzos en el torneo regular el que vimos en la serie.
Sucumbieron ante un equipo ordenado, extremadamente concentrado y sabedor de sus limitaciones para saber cómo y qué plantear como acertijo.
Al minuto 93, con un cabezazo del "Conejo" Pérez, la noche invitaba al milagro tantas veces producido en el Hidalgo.
No ocurrió esta vez. Los Tuzos saben bien en su historia triunfadora como es esto: se coronaron en Monterrey hace seis meses entrando casi de polizontes a la Liguilla. Ahora fueron anulados por otro de ellos.
Para Pumas, presentarse en la casa de los Tigres sin haber enviado un solo disparo a gol no fue una señal de osadía, sino de impotencia.
Hay encuentros en los que el viento sopla en contra desde el primer instante. Como en el caso de los universitarios capitalinos que a los tres minutos tenían ya el marcador en contra con la fatalidad de que la desgracia nació en un saque de banda.
El despertar de Gignac cuando más le hace falta a su equipo es un manotazo sobre la mesa: los titubeos de los Tigres son anécdota a la hora de pelear una serie final en la que vencieron sin piedad a un adversario que hizo lo que pudo y no lo que quiso.
Lo de Tijuana es otra triste historia para un favorito.
Pese a que recuperó lo perdido en León, el desenlace le dio un vuelco porque su primer expulsado del torneo le habrá hecho falta para cerrar la faena.
La Liguilla es una caja de pandora que volvió abrirse de par en par.
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