La Selección Mexicana cumplió con el objetivo primordial de ayer: recabar dólares.
Después de la vacilada neozelandesa, la cascarita panameña.
Un auténtico fraude tricolor y un infumable partido de "preparación" que para prepararse no sirvió de nada, o de muy poco.
Principalmente, porque en él no participaron ni siquiera dos o tres jugadores tricolores de los que participarán
en los enfrentamientos de la Eliminatoria mundialista, ante los representativos de Estados Unidos y de Panamá, los próximos 11 y 15 de noviembre.
Y como tampoco la escuadra panameña fue conformada por sus mejores elementos posibles, de antemano se sabía que en este partido el verdadero aprovechamiento futbolístico sería escaso.
Una y otra vez, con la actual Selección Mexicana se ha vulnerado un principio fundamental en el futbol.
En la historia del balompié, a todos los niveles y en los diferentes lares, los mejores equipos han sido aquellos que han logrado conjuntar a sus futbolistas durante más tiempo, durante mayor cantidad de partidos y de entrenamientos.
Aquellos en los que el pleno florecimiento individual se produce gracias a esa elevada eficiencia colectiva que sólo se alcanza con mucho tiempo de jugar juntos.
Como en la actual escuadra tricolor se ha menospreciado ese principio, sólo resta esperar que ante el conjunto estadounidense, como por arte de magia, los tricolores funcionen como llevan rato de no funcionar.
Ante la falta de las más elementales herramientas colectivas, tendrá que ser la indudable calidad de las individualidades lo que resuelva el asunto.
¿Serán capaces los jugadores, ante la falta de auténticos argumentos colectivos, de sacar de sí mismos lo mejor de su propia y muy particular memoria futbolera?
En noviembre lo sabremos.
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