Endémica inconsistencia

Roberto Gómez Junco
en CANCHA


Se antoja imperdonable la irregularidad en el desempeño de los equipos mexicanos.

Más allá del bienvenido equilibrio de fuerzas, los altibajos en los resultados obtenidos por cada participante jornada tras jornada tienen su origen en el inestable rendimiento manifestado por la mayoría de ellos.

Ciertamente, en el futbol haces o dejas de hacer en función del adversario que tienes

enfrente.

Pero al margen del rival en turno, para nada se justifica la cara tan distinta que los equipos muestran de una semana a otra.

Nada se parece el Monterrey que visitó al Atlas para ser fácilmente goleado, a ese otro Monterrey que unos días antes goleó al Santos-Laguna, y nada se parece ese Atlas dinámico y contundente de la Jornada 11 al Atlas de las 10 anteriores jornadas.

Ni se parecen los Tigres que durante diez partidos forjaron su liderato general, a los que lo perdieron al empatar con el Cruz Azul un partido que quizá éste merecía ganar; ni se asemeja siquiera ese sólido Cruz Azul al endeble de otros partidos, como no se pareció nada la escuadra celeste de aquel primer tiempo ante el América, a la que en esa misma segunda parte fue zarandeada por un América de similares contrastes.

Un América que ante los Pumas acaba de jugar un futbol muy distinto al jugado al enfrentar al León (sin realmente enfrentarlo) una semana antes en esa misma cancha del Estadio Azteca.

Esa inquietante y generalizada inconsistencia se origina en gran parte por la falta de profesionalismo y de compromiso de los futbolistas, incapaces de garantizar en cada partido un mínimo de rendimiento.

Ese nocivo rasgo, inherente a una deficiente cultura deportiva, deriva en una Liga MX en la que sólo es regular la inconsistencia y consistente la irregularidad.

Un endémico problema de nuestro peculiar futbol mexicano.

 
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