Con todo merecimiento se quedó la Selección chilena con el título de la Copa América Centenario.
Por la vía de los penales los andinos redondearon un magnífico torneo, en el que supieron incrementar su nivel de juego (sobre todo a partir de encontrarse con el frágil equipo mexicano) para ir resolviendo y superando las dificultades de cada adversario.
Esa Final ganada merecidamente
sirvió, entre otras cosas, para confirmar que en el futbol la eficiencia colectiva siempre estará por encima de la capacidad de las individualidades.
Porque a esa escuadra argentina de mediano nivel, con algunos buenos jugadores muy mal aprovechados, volvió a resultarle insuficiente contar entre sus filas con quien desde hace rato ha sido y sigue siendo, por mucho, el mejor futbolista del mundo.
Ciertamente, a Lionel Messi puede criticársele por el importantísimo penal fallado, o cuestionársele que a nivel de Selección no muestre la misma extraordinaria cara mostrada durante tanto tiempo con el Barcelona, o que haya perdido su cuarta Final consecutiva con Argentina.
Sin embargo, la realidad es que sin Messi los albicelestes no se hubieran ni acercado siquiera a esa última instancia en cada uno de esos cuatro torneos, y que incluso ese "cuestionable" nivel del astro argentino le ha permitido convertirse ya en el máximo goleador en la historia de la otrora poderosa escuadra sudamericana.
Si Messi deja de jugar con su Selección, perderá la oportunidad de ubicar aún más arriba su ya de por sí preponderante lugar en la historia del futbol; pero también perderá Argentina la posibilidad de aspirar a pelear contra los mejores.
Y sólo entonces, quizá, entenderán tantos pobres detractores de Messi lo que éste le ha aportado a una Selección que sin él navegaría cuando mucho en la medianía.
Cuestión de distinguir lo que cada individualidad aporta... y que ni siquiera la mejor de todas puede hacer tanto si no tiene equipo.
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