Al mejor en cualquier actividad hay que tomarlo como referencia; compararse frente a él.
El bicampeón Chile es a partir de anoche y de nueva cuenta el punto de referencia obligado por lo menos para quienes futbolísticamente suelen medirse a él.
De los chilenos da cierta envidia no sólo que sean los campeones de un torneo que pensábamos para México si no por muchas otras
cosas.
Una de ellas, la manera en que cantan su himno nacional. El fervor con el que cada uno de sus jugadores entona las estrofas que son parte del protocolo pero también la manera en que añaden algunas más aún a capela, hablan de un espíritu contagioso y auténtico.
No es que quien no lo haga así sea menos patriótico o le reste importancia al momento. Pero quien sí es capaz de manifestarlo irradia una devoción hacia los suyos, hacia su uniforme y sobre todo al pueblo que representan de una manera fehaciente y conmovedora.
De Chile nos da envidia que hayan viajado a la Copa América sin haber encontrado sus premios y sin haber cobrado la mitad de lo que les habían prometido por el título que ganaron hace un año. Hay cosas más importantes que el dinero ante un compromiso internacional y sus futbolistas, descuidados por una federación infestada de corruptos fugitivos, supieron verlo claramente.
Da ejemplo de ver que Claudio Bravo acudió al llamado de su equipo pese a tener una hija recién nacida en cuidados intensivos de un hospital. O que Eduardo Vargas haya sido dosificado del infarto que padeció su madre dos días antes del partido contra México y respondió metiendo cuatro goles sin pensar siquiera en la posibilidad de abandonar a su equipo.
Da orgullo ver a los chilenos jugar con un hombre menos desde los 28 minutos por una expulsión injusta y saber ajustar lo necesario para no naufragar.
Y que cuando a Argentina también le expulsaron a Rojo para quedarse en igualdad numérica, no había ningún estropicio que componer.
Conmueve ver a Alexis Sánchez quedarse en el campo todo el tiempo humanamente posible pese a no resistir el dolor de su pierna izquierda. Los caudillos como él lo son por ello aún encima de su calidad.
Dentro de lo rasposo de una Final como estas, Chile quiso más la victoria y supo buscarla de mejor manera. Si alguien intentó conseguirla fueron ellos, aunque la decisión la haya entregado una dramática tanda de penales.
También del derrotado hay cosas qué aprender.
Su lucha incansable, el llanto de sus grandes héroes ante la derrota y hasta el dar una patada de más cuando las cosas no estaban resultando.
Como la historia la escriben los vencedores, Chile deja un legado a todo mundo. Su compromiso, ferocidad y calidad no dejan lugar a dudas.
No sólo al Tri le dieron siete lecciones. Hay mucho que aprenderle a un equipo cuyas principales virtudes quisiéramos tener.
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