Perdimos para siempre

Francisco Javier González
en CANCHA


Eso dijo la voz familiar en una de las llamadas de felicitación del domingo.

Quienes vivimos en este mundo del periodismo deportivo sabemos que es normal recibir una llamada como la de Montserrat en estas épocas. El verano, con días del padre y algunos cumpleaños familiares nos toma fuera de casa.

Acompañar a un equipo mexicano a una de sus más preciadas aventuras genera dentro de

la objetividad y buenas prácticas que el oficio exige, un afecto importante. Tanto que a veces damos por hecha la ausencia a cambio.

El sentimiento tendrá que ver con el equipo y el ejercicio profesional pero también, con toda seguridad, por las consecuencias que produce en la afición cada capítulo vivido.

Cuando la Selección juega en Estados Unidos, las muestras del esfuerzo que la gente hace son conmovedoras.

Largos viajes por carretera desde diferentes puntos de ambos países, boletos de más de 300 dólares para ocupar el peor lugar de los gigantescos estadios en que juega el Tri y numerosos clanes que además del trabajo a brazo partido todos los días, tienen una mística más: la de dar la vida por un equipo de futbol que les pertenece y representa.

Hay otra clase de aficionados con los que, como el sábado por la mañana, se comparte vuelo porque tiene la posibilidad de pagar o de saturar su tarjeta de crédito. El fervor es el mismo.

Lo que sucede con una derrota como la del sábado, es que todos nos enojamos porque nos sentimos traicionados. Porque cada gol recibido fue un martillazo en el alma del aficionado que bajo tal tortura, prefirió dejar de ver: se salió del estadio o apagó su pantalla de televisión.

Se harán los análisis de rigor y tal vez se tomen las decisiones en consecuencia, lo que es tan rutinario como el sentimiento de frustración e impotencia ante la derrota. Y más aún, al experimentarla con tal crueldad. El equipo mexicano, capaz de batir su propio récord de imbatibilidad en el arco recibe siete goles el día que cumplía un año invicto. De un día para el otro fue rey y pordiosero.

El estadio de los 49s nos traerá siempre un pésimo recuerdo porque se añadió a nuestra historia un fantasma que habrá de perseguir al futbol mexicano durante mucho tiempo. Como otros que nacieron en días contados y negros como este.

Osorio corregirá si le dan la oportunidad, el Tri seguirá viviendo y con la humildad que por lo menos debería aportar el ridículo hecho, volverá a ganar partidos.

Pero esta herida es muy profunda y por ahora no nos deja ver. La caída no se olvidará durante generaciones.

Perdimos para siempre. Nunca mejor dicho.

 
 
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