En función de los resultados es incuestionable el magnífico momento que vive la Selección Mexicana; pero en función de lo que juega, no tanto.
Nadie puede negar lo meritorio, lo impresionante de la invicta marcha en la era de Juan Carlos Osorio: de diez partidos jugados, nueve ganados y uno empatado.
Pero nadie puede decir, tampoco, que el desempeño haya sido brillante, o que se
haya ofrecido un solo partido redondo, con 90 minutos de un futbol como el que debe esperarse en una buena Selección Mexicana.
Osorio, qua ha sabido comunicarse y ha mostrado una bienvenida apertura, tiene mucha razón en gran parte de lo que dice.
Acierta, por ejemplo, al aplaudir el nivel de "resiliencia", de capacidad de su equipo para adaptarse a distintos factores y a diferentes circunstancias; pero en este caso se equivoca en lo esencial.
Porque ese nivel de resiliencia de los tricolores ha sido puesto a prueba, principalmente, por su propio técnico.
Con tantos movimientos y con la excesiva y trillada "rotación", resulta casi imposible dominar a plenitud un sistema de juego, una forma de jugar; y ya dominados, ir consolidando ese buen juego para rendir al nivel óptimo.
En la historia del futbol siempre han funcionado mejor y alcanzado mayores logros los equipos cuyos jugadores tienen más tiempo jugando juntos... y en las mismas posiciones; y contra esa imposibilidad, impuesta por su propio técnico, se han visto obligados estos tricolores a poner en juego esa encomiable dosis de resiliencia mencionada por Osorio.
Sin embargo, en cualquier momento podrían pagar el correspondiente precio, y mucho deberán mejorar para no pagarlo en los Cuartos de Final.
A ver si mejoran y ubican su juego a la altura de los impresionantes resultados.
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