Reencuentro con Nacho Ambriz

Félix Fernández
en CANCHA


Reencuentro a Nacho Ambriz una vez más, dentro de este maravilloso mundo del futbol que me ha permitido coincidir con él desde 1986, año en que inició mi aventura por el futbol profesional. Treinta años después me otorga una entrevista en las instalaciones del Club América. Llevo una polo de concentración, en la mano, de aquel Toros de Texcoco que nos permitió conocernos con actitudes,

comportamientos, costumbres e intereses muy distintos a los actuales.

Faltan dos días para el primer partido de la Final de la Liga de Campeones de Concacaf ante Tigres y Nacho llega a la entrevista con mayor sencillez que hace tres décadas: hoy la paz, a pesar de su agitado puesto y su tranquilidad, a pesar de los cuestionamientos incesantes, es evidente. En estos treinta años ha pasado por éxitos, fracasos, lesiones, títulos, desempleo, fortunas, indiferencias, fama, drogas, alcoholismo y muchas, muchas pruebas a las que ha sido sometido de manera constante.

Nacho sabe que él mismo es un tiro al blanco y por lo mismo, a la primera que tiene oportunidad, recuerda la frase de Joe Royle, aquel director técnico del Manchester City a principios de siglo: "El trabajo del entrenador es el único en el mundo en que todos saben más que tú. Nunca le diría al plomero, al abogado o al periodista cómo hacer su trabajo, pero en cada partido ellos saben más que yo". Aun en la victoria es criticado; aun en la cerrada derrota luego de cinco victorias, es criticado. Dos días más tarde ganará el primer duelo de la Final 2-0 en Monterrey, con 8 bajas dentro de su plantel... y será criticado por defensivo.

Él lo sabe, si no es campeón, difícilmente seguirá como técnico del América, pero eso no le apura, disfruta la oportunidad de dirigir a uno de los más grandes y callar bocas que continúan cuestionándole su capacidad, pese a los resultados cada vez mejores.

Y es que América fue capaz de apagar el "Volcán", de superar al poderoso Tigres en su cancha y Ambriz, capaz de conectar con todos y cada uno de sus jugadores esa noche, para lograr así una de las actuaciones más parejas y depuradas dentro de su gestión. Nacho lo sabe: si no levantan la Copa, todas estas evaluaciones tan altas, serán en vano.

No, un equipo no corre, marca, contragolpea, cuida el balón, se coordina, define y funciona tan impecablemente como el América en San Nicolás de los Garza, sólo por inspiración. Su director técnico ha encontrado en la comunicación personalizada el resultado que pretende. Sin alardes ni gritos y con un bajo perfil, Nacho conoce bien sus fortalezas que hoy, aunque no sea campeón, son una realidad.

Al momento de extenderle la polo blanca con el escudo de Toros de Texcoco durante la entrevista, Nacho se inunda de nostalgia y con él sus ojos. 1986, tres años después de su debut con Necaxa y uno del Mundial Juvenil en la URSS. Con el autobús del equipo convertido en cantina cada viaje, fui testigo del despegue de un futbolista ejemplar, mi capitán en USA 1994, mi compañero en Atlante y Celaya: un amigo transformado en director técnico del equipo más cuestionado, ante el que debe uno quitarse el sombrero.
 
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