"Cuando un hombre está con una mujer bonita, una hora parece un minuto, pero si lo sientan sobre un horno, un minuto parece una hora. Eso es relatividad", dijo Albert Einstein, tratando de explicar, justamente, su Teoría de la Relatividad.
En plena Primera Guerra Mundial y con la compleja Teoría de Einstein que combina energía y masa recién publicada, muy lejos de allí, entre pulques,
llanos, amigos y austeridad nacía un equipo al que nombraron Sinaloa y que adoptó el color rojo del Guadalajara, y el azul del equipo Condesa.
Entre la energía de Refugio Martínez "El Vaquero" y la masa de la vaca que vendió para hacer los primeros uniformes azul y rojo, pronto cambió de nombre nuestro equipo y poco tiempo después se convirtió, definitivamente, en Atlante "inspirado en la derivación del nombre Atlántico que durante la Guerra era escenario de acciones bélicas importantes", de acuerdo a lo escrito por Juan Cid y Mulet en "El libro de oro del futbol mexicano".
Aunque también existen definiciones que refieren a "una persona que ayuda moralmente o soporta firmemente lo difícil"... y otra que hace mención a "un sabio astrónomo que se cree llevaba el cielo sobre sus espaldas", de cualquier manera nuestro nombre implica sacrificio, y eso es lo que ha necesitado este equipo para subsistir 100 años bajo condiciones que nadie más podría lograrlo.
El sacrificio es parte de nuestra esencia, como lo es la adversidad y la humildad. Cada vez que abandonamos estos principios, hemos fracasado; cada vez que nos adoptó Don Dinero nos quedamos en la orilla y cada vez que nos la creímos, tropezamos.
Por eso a lo largo de estos 100 años pocas y muy específicas generaciones han marcado al atlantismo, casualmente aquellas que entendieron bien el significado de estos colores, aquellas que se encariñaron con la institución y quienes entendieron la importancia de la comunión con nuestros seguidores. Sólo después de eso ha sido posible celebrar triunfos memorables.
Sin incluir a nuestros fundadores, cada generación que logró algo bajo este bello escudo ha sido especial y permanece en la memoria: aquellos que lograron en 1947 la primera estrella profesional, de la mano de Casarín, tras vencer a León por un punto durante la fiebre aftosa; los aguerridos que descendieron ante Potosino y ascendieron en Querétaro un año después, a mediados de los años setenta; nuestra generación campeona de Segunda en el 91 y de Primera División en 1993 y, por supuesto los que también, de manera inesperada, conquistaron la tercera estrella en Cancún de la mano de Vilar, Giancarlo y el "Profe" Cruz, entre otros.
Hoy en la división inferior nos debatimos entre la lucha de poderes y el abandono en una plaza ya indiferente y ajena. Las pésimas administraciones y el desinterés nos impiden celebrar el centenario desde donde la historia de nuestro equipo en el futbol mexicano demanda. Fieles a la tradición, plantel, cuerpo técnico y presidente sacan la cara y hacen mucho con muy poquito, razón suficiente para brindar por ellos, por ustedes, por nosotros y por una parte azulgrana de la cultura popular chilanga.
Hoy somos más energía que masa, mucho más. No es casualidad que el centenario de la Teoría de la Relatividad de Einstein vaya de la mano de nuestro centenario. Porque nuestra premisa también indica que no existe un patrón absoluto de reposo, ya que los atlantistas nos movemos respecto a algo, somos inquietos por naturaleza. Por lo tanto, nuestro tiempo dedicado al equipo y nuestro espacio en la sede que nos alberga, no son absolutos y dependen de la velocidad que nos indica cada uno de nuestros logros, nuestros fracasos, nuestras tristezas, nuestras alegrías y, por supuesto -les guste o no les guste-, nuestra disposición para seguir aquí un minuto, una hora o un siglo más.