Un lugar común dice que los alemanes nunca se dan por vencidos antes de que termine cualquier partido.
Y la vida real refrenda el hecho con la más espectacular pirotecnia cada vez que le es posible.
El regreso del Bayern Múnich ayer contra Juventus iguala y supera las más recordadas historias en la materia. Fue cinematográfico, espectacular y servirá para contar a los niños del
futuro una nueva historia épica -son las de moda desde que se descontinuaron las de hadas- cuando se vayan a dormir.
Los italianos fueron vencidos pese a ser los dueños de otro lugar común: se supone que cuando toman la ventaja es casi imposible que alguien los alcance, dadas sus conocidas artes defensivas.
Pese al dos a cero con que la Juve dominaba el marcador, ese último minuto tan recurrido en las buenas películas, cambió el curso de las cosas. El gol agónico que mandó la serie a tiempo extra comprobó lo que se veía venir: Bayern estaba incontenible, encerrando en su área al adversario y necesitado sólo de ese último remate que hiciera real lo que estaba respirándose en el ambiente.
La prórroga fue como el partido de desempate en los inicios de la Copa de Europa entre el propio Bayern y el Atlético de Madrid que dirigía Juan Carlos Lorenzo: demoledor.
Igual que ese duelo inolvidable entre Francia y Alemania en el 82, cuando perdiendo ya en tiempo extra los teutones por tres a uno, rescataron sobre el tiempo el empate para mandar el juego a penales, en los que también remontaron tras la primera falla de Stielike.
Sobrarán más ejemplos.
Si es de raza, mentalidad, fuerza, fortuna o de un poco junto todo ello, es imposible definir con precisión. Pero que no hay como los alemanes para recuperar la vertical y terminar victoriosos, no deja lugar a dudas.
Pep Guardiola, victorioso otra vez, sabe dentro de su regocijo mesurado que su alma mater, el Barcelona, sigue adelante con ese futbol delicioso que él jugó y luego mejoró como entrenador.
Parece incontenible y lo será hasta que se demuestre lo contrario. Cada triunfo catalán será festejado con mayor o menor disimulo en el corazón de Guardiola, que en su temporada del adiós con el Bayern cruzará su camino con alguno de los dos rivales que seguramente más le dicen: el Real Madrid, adversario genético, o Barcelona, parte de su propia piel.
Salvo en Turín, el futbol tuvo anoche en Europa otro motivo de festejo. Otra vez firmaron los alemanes un triunfo épico que alimenta, en efecto, las nuevas historias fantásticas.
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