Es cierto que el América no estaba pasando por una crisis pronunciada como lo defendió Ricardo Peláez durante la semana. Pero estaba cerca de meterse a ella de no haber derrotado a Morelia el sábado en el Azteca.
Las Águilas necesitaban aire para llegar al Clásico en una mejor posición numérica y anímica que la que tenían antes del duelo. Y lo obtuvieron con un triunfo convincente, dejando
helado a un rival desconocido por su poco orden y deficiente por su actitud. La fiesta también arrasó con él.
El punto culminante de la tarde fue la presencia de Cuauhtémoc Blanco.
Tanto retiene el que tuvo, que durante la poca más de media hora que se mantuvo en el campo, no desentonó.
Su público, el que le adoró durante gran parte de su carrera y al que el también amó, acudió fiel a la cita del adiós: un adiós prolongado durante tanto tiempo que parecía que no iba a suceder nunca. O en el mejor de los casos, que ocurriría tan tardíamente que el gran ídolo no podría ni con su alma porque estaba cerca de ser una figura retro.
Un taconazo, un disparo al larguero tras jugada individual frente al rival pasivo, una "Cuauhteminha" en la misma banda zurda en la que se la mostró al mundo frente a Corea del Sur en el 98, una carrera de 40 metros para recibir un servicio que, sin aire, ya no pudo enganchar con una finta de otros tiempos...
Cuauhtémoc hizo de su salida del campo un manicomio a Santa Úrsula y un festejo adicional los 15 minutos de descanso.
Una, 10, 100 fotos. Miles de abrazos y porras que mantenían el delirio de la tribuna. Y un América que poco después de su salida empezó a meter los goles que le daban cifras a una victoria irremediable.
Peralta fue a festejar con él. También Darwin. Arroyo le habrá dedicado una parte del penal que también anotó al "Temo" porque la mayor devoción de la brindó a su de recientemente fallecido padre.
Todo tuvo que ver con Blanco.
Tal vez hasta el ánimo de un vestidor al que llegó otro líder como los del pasado para arengar a los futbolistas del presente para que jugaran con un brillo especial en los ojos.
Ya sabrá Morelia si reclama y la Liga MX de qué expediente saca el trámite que sí se hizo en tiempo y forma desde antes de la primera fecha. Eso es mundano.
Lo mágico es que una fiesta que se debían ambos, club y jugador, quedó sellada con una tarde inolvidable.
Cuau seguirá su camino, hoy difícil y comprometido. América el suyo, incluyendo la tarea de encontrar un ídolo como el que se fue oficialmente de las canchas y que no ha sido relevado con tal peso ni en Coapa ni en todo el futbol mexicano.
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