San Cadilla
en CANCHA


Cómo no te voy a ¡encerrar!

De los suertudos y pudientes que consiguieron boletos -todos en la reventa- para ver la Final el pasado domingo en CU, los que estuvieron en la zona del Pebetero pasaron de la gloria al puritito infierno. Lo de menos fueron los penales en los que los Pumas echaron por la borda su heroica actuación, el calvario empezó por ahí de las 23:30 horas, ya con los Tigres

coronados.

Es habitual que los aficionados de esa zona de la tribuna sean retenidos entre 30 y 45 minutos para evitar que los porros de La Rebel, que ahí se ubica, coincidan al salir con las porras visitantes. Sin embargo, esta vez los polis se aventaron la puntada de encerrar a todo mundo hasta la una y media de la mañana del lunes.

Con el agravante de que esta vez no sólo estaban los angelitos de La Rebel y uno que otro perdido. La tribuna estaba llena de familias, parejas y niños, a quienes obviamente los revendedores no alertaron de las dificultades para salir.

Dos horas después del último penal, los adultos lloraban de frío, los niños de hambre y sueño, la porra Tigre ya estaba casi de regreso en Monterrey, y los uniformados mantenían encerrados a miles de aficionados, "por su propio bien".

 
 
Doble viaje
 
Una de las escenas más cotorras de la Final del domingo en Ciudad Universitaria ni siquiera salió en la tele. Al minuto 86 del juego Pumas-Tigres, un ejercito de preadolescentes salió del túnel de la cabecera norte a toda velocidad hacia la esquina norte del Palomar, donde empezó a quitar las capas de hule negro que cubrían el templete para coronar al campeón. Al verlos llegar, una parte importante de la afición universitaria de ese lado del estadio gritó con pánico "¡Nooo!", porque su equipo estaba a 4 minutos de perder la Final.

Como todos sabemos, un minuto después cayó el gol de Silvio Torales, el cual todavía no acababa de ser festejado cuando los chavitos de playeras blancas fueron enviados a paso veloz de regreso al túnel, pues ya no los necesitaban en ese instante.

Media hora después, la escena se repitió cuando, a los 117, mis muchachos llegaron en friega y continuaron su labor, con tal suerte que cuando ya llevaban las primeras piezas del templete hacia la pista, Gerardo Alcoba se las volvió a aplicar. Los chavillos se quedaron viendo unos a otros con caras de ¿Y ahora qué?

No sé si los vio muy cansados después de dos carreras, pero su coordinador les dijo que ya no se regresaran al túnel, y así todos se quedaron sentaditos en los fragmentos de templete viendo felizmente los penales.

 
 
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