De ídolo a un cuartito
En la húmeda soledad de ese cuartito, un hombrecillo se cobija del frío y la miseria.
El periodista, poeta y cineasta Rodolfo Braceli va al barrio de Avellaneda esa tarde de 1981, y el dueño de un bar cercano lo guía a donde vive Oreste Omar Corbatta.
Es el famoso "Cilindro", el estadio del Racing, que le presta una humilde pieza para que su
leyenda pueda sobrevivir con menos de lo indispensable; no trabaja, a expensas de la caridad de otros y, aunque tiene 45 años, parece ya un viejecito.
No, no se parece nada al "wing derecho" que fue campeón con el Racing, con Boca, con la Selección de Argentina y que incluso apareció en una portada de la revista Life.
"Jugaba como los dioses, más bien dicho: mejor que los dioses, porque los dioses son solemnes y aburridos y juegan por elevación y no saben llevar la pelota besando al sagrado verde", escribe Braceli en su libro "Querido Enemigo" (2013, Editorial Planeta).
Delgado, desparpajado y con cara de niño, pero un demonio por la banda derecha, de esos extraños talentos que parecen tener el balón pegado al pie; apenas 1.65 metros de estatura y 63 kilos de peso, pero que siempre honraba su apodo de "El Dueño de la Raya" de cal.
Corbatta (Daireaux, Provincia de Buenos Aires, 11 de marzo de 1936) integró una familia de nueve hermanos que sobrevivía en la pobreza con los ingresos de su padre, jardinero de profesión.
Sólo que en el potrero no había clases sociales, y ahí sí se daba todos los lujos. Tenía 15 años cuando ingresó a la sexta de Estudiantes de la Plata, pero se lastimó el tobillo un año después.
Así que se tuvo que poner a trabajar, hasta que su padre consiguió un trabajo en Chascomús e ingresó al club Juverlandia, y en pocos partidos se volvió el ídolo, a los 18 años.
Un aficionado del Racing de Avellaneda pidió que le dieran una oportunidad, pero cuando llegó a probarse varios se preguntaban a quién se le había ocurrido tan mala idea de llevar a ese desnutrido, desaliñado, pálido y que además tenía varios días sin bañarse.
En cuanto rodó el balón la magia apareció por la banda derecha en los botines de aquel que apodaron el "Loco". El Juverlandia lo vendió en 14 mil pesos de la época y debutó el 30 de abril de 1955, había nacido la leyenda del "Garrincha Argentino"... con todo lo positivo y negativo del ídolo brasileño.
EL PERIÓDICO
No pasó mucho tiempo para que Corbattita se convirtiera en uno de los favoritos del Racing. Su gambeta, exquisita e interminable, era letal y efectiva: se hartó de poner pases para gol a sus compañeros.
En 1956 ya era seleccionado nacional y la tribuna se le rendía "¡da-le lo-co! ¡da-le lo-co!".
No sabía leer ni escribir, y por eso mismo en la calle solía llevar un periódico bajo del brazo, para ocultar el analfabetismo del cual se avergonzaba; cuando en el vestidor se discutían las noticias de actualidad, él se ponía a silbar y fingía no poner atención.
Su amigo y capitán en el Racing y la Selección, Pedro Dellacha (el mismo que jugó en Necaxa en los 60s y dirigió a los Rayados a principios de los 80s), le enseñó a escribir un garabato para firmar sus contratos y dar autógrafos; él, a cambio, le pagaba con verdaderos "bombones" que otros llaman pases para gol.
Corbatta amaba la noche y llegaba a entrenar con las huellas de la velada anterior... cuando llegaba, los entrenadores lo castigaban, pero la presión de tener a ese crack en la banca era demasiada.
En una ocasión, en un partido contra Chacarita, irrumpió en el vestuario completamente borracho y sus compañeros, que lo querían y le perdonaban todos sus excesos, lo escondieron del técnico y lo metieron a bañar con agua fría. Cuando el DT quiso regresarlo a su casa, el grupo se interpuso. "No me pasen la pelota, que no veo. Todavía estoy mareado", se sinceró Corbatta al salir a la cancha.
Pero no le hicieron caso y de inmediato vino el primer pase para él: "Te juro que la vi doble, traté de pararla con el pecho... a una pelota la paré; la otra, la verdadera, me pasó por un costado", contó en dicha entrevista con Braceli. "Al rato, no sé cómo le hice un túnel a mi marcador y allí me desperté, se me pasó todo, hice dos goles, jugué como una bestia, ganamos, me mandé un partido flor".
Nunca traía dinero en la bolsa, pero eso no impedía su generosidad. En una ocasión, en el cumpleaños de Rubén Héctor Sosa, que festejaba el equipo entre semana, se le acercó: "No tengo guita. Te voy a dejar dos goles de regalo". Ese día encaró, desbordó, picó y con dos diagonales le cumplió a su amigo.
"Cuando vacuné el segundo le miré y vi que (Corbatta) sonreía como un pibe", contó "El Marqués".
Pese a su espíritu bohemio, era demasiado tímido con las mujeres, así sus compañeros le presentaron a lo que entonces se conocía como una "mujer de la vida galante", una rubia que daba servicio a medio plantel. Omar se enamoró y, pese a las advertencias, se casó con ella.
Un día, cuando andaba de gira, regresó y no estaba ni su mujer, ni su hija, ni sus muebles, ni ninguna de sus pertenencias. Mucho menos su corazón.
Tuvo tres bodas más, tres hijos y tres fracasos: "Con la primera me fue muy mal; con la segunda me fue mal; con la tercera mal y con la cuarta, mal. Las cuatro me sonaron, pero las quiero lo mismo".
PORTADA DE LIFE
Con la Selección Argentina ganó la Copa América en 1957, goleando a Brasil 3-0 en la Final del que entonces se llamaba Campeonato Sudamericano de Naciones.
Ese mismo año anotó el mejor gol de su carrera, que se convirtió en la máxima leyenda de la época: Recibiendo a Chile en La Bombonera, en la eliminatoria mundialista para Suecia 1958, destroncó a dos defensas rivales y literalmente los dejó en el piso, luego se quitó al portero; cuando tenía la portería abierta de par en par, espero que llegara otro rival, lo fintó e hizo que pasara de largo. Todavía se regresó unos metros y entonces fusiló. La locura. Una foto de esta jugada apareció en la portada de Life.
En Racing fue campeón en 1958 y fue lo único brillante en el fracaso argentino en el Mundial de ese año: metió gol en los 3 partidos que jugaron.
En 1961 volvió a ser campeón con Racing, y en 1963 fue vendido a Boca Juniors en la escandalosa cifra de 12 millones de pesos, que sirvieron para ampliar el estadio de Racing y alcanzó hasta para construir un complejo deportivo.
Con los xeneizes fue campeón en 1964 y 1965, pero no estuvieron dispuestos a perdonarle su disipada vida personal. Así que pasó al Independiente de Medellín, donde jugó desde la 65-66 hasta 1969 y se gastó todo su dinero.
Regresó a Argentina, donde encontró cabida en equipos cada vez de menor categoría hasta que terminó jugando por techo y comida.
Falleció en 1991 a los 55 años, en la miseria y soledad, en ese cuartito del "Cilindro" que el Racing le prestaba.
LAS CARICIAS
Braceli, en su libro, refleja fielmente el ídolo caído, el que no golpeaba la pelota sino la acariciaba.
"Si para jugar a la pelota no habría que ponerse nada en los pies. ¿Acaso nos ponemos algo en la mano para saludar a otro o para dar una caricia?", dijo Corbatta en la entrevista.
En este época de marketing, de grandes contratos y parafernalia mediática, los ideales de Corbatta lucen disparatados: simplemente tratar bien al balón.
"Si vos tenés una mujer y le pegás, ¿qué pasa? No se queda con vos, se te pianta... Por eso, a ésta (mientras sostiene un balón desinflado en sus manos), yo la acaricié siempre. Si es el cariño mío ¡cómo le podía pegar! Por eso la tuve siempre conmigo".
-¿Le angustia recordar sus años de tanta fama y dinero?, le pregunta Braceli.
"La fama la tengo y el dinero qué importa haberlo perdido. Con oro o sin oro te morís lo mismo. Abajo de la tierra no te reciben billetes".
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