Mañana sabremos cuáles serán los dos finalistas... aunque para fines prácticos ya sepamos cuál es uno.
En su cancha de CU, los Pumas tratarán de cumplir con el mero trámite de redondear la tarea pragmática y demoledoramente iniciada el jueves en el Azteca, ante un América que irá en pos de una hazaña a la que ni siquiera las tantas veces heroicas Águilas pueden aspirar.
En cambio,
unas horas después en el Nemesio Diez, el Toluca y los Tigres deberán definir lo que para nada está definido.
Si al pasado jueves llegaron el América y los Tigres como lógicos favoritos para instalarse en la Final, ahora son los respectivos adversarios los que cuentan con mayores probabilidades de hacerlo.
En el caso del Pumas-América, esas probabilidades lucen más o menos 95-5. Y en el otro, quizá con un 55-45 favorable para el Toluca sobre los Tigres.
Ciertamente, esos simples números pueden ser por completo contradichos por la realidad de los partidos, después de todo inscritos en este impredecible y semanalmente cambiante futbol.
Por eso, como interesados aficionados o como expectantes espectadores, al margen de la camiseta que cada quien se ponga o desde hace rato traiga puesta, cualquier cosa debe esperarse de una competencia en la que todos pueden ganarle a cualquiera y cualquiera es capaz de ganarles a todos.
Algo inherente a nuestro irregular y sui generis balompié mexicano, y así debemos entenderlo.
Porque aquí nos tocó vivir, qué le vamos a hacer, en la región más inconsistente del futbol.
Y por lo tanto también, a veces, peculiarmente emocionante.
A ver qué tanto nos emocionan los semifinalistas en los partidos de vuelta.
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