Tigres le perdonó la vida muchas veces a River.
No solamente cuando lo pudo eliminar en la Fase de Grupos dos veces y quitarlo del camino. En la Final, tanto en la ida como en la vuelta, también tuvo contadas pero buenas oportunidades de gol que no supo anotar.
Sobis no controló un balón dentro del área que le hubiera dejado en el mano a mano con el portero. Damm rehusó la gloria al
servir un pase retrasado cuando debió de disparar tras una gran jugada individual. Aquino cabecea infame un balón que le llegó de frente al arco.
Las crónicas se encargan de dar cuenta de los hechos. Pero el gran intérprete de casi todo es el resultado.
No fue una gran Final. Casi ninguna lo es porque es mucho lo que se pone en juego y se atora la fluidez del balón. Pero dice la genética argentina que las Finales son para ganarlas y a veces no lo logrará, pero no dejará pasar limpio al adversario ni dejará de pelear con enorme concentración cada lance. Y en eso también ganó River.
Tendremos que solicitar la presencia de un Octavio Paz de nuestros días que amplíe en el tiempo y en lo futbolero nuestro particular Laberinto de la soledad. Tal vez ahí pudiéramos encontrar explicaciones a ese sentimiento que nos invade tan frecuentemente: no se ganan los partidos que dan gloria.
Tigres no fue en desventaja al partido de vuelta como le sucedió a sus dos antecesores, Cruz Azul y Chivas. Pero tampoco logró alguna ventaja, por mínima que fuera, al Monumental de River. Y en ese estadio es muy difícil ganar.
Los arbitrajes que permiten el golpeo despiadado son parte de la foto en estos partidos. A los ocho minutos, Tigres había sido ablandado tres veces. La última de ellas, con una plancha de Alario sobre Pizarro increíblemente pasada por alto. River mereció por lo menos otra roja pero no se le mostró ninguna. Aunque a Tigres le perdonaron un penal por una mano flagrante de Rivas. La deuda, se pagó señalando otro que no era ya en el complemento.
Así es esto. Por encima de todas las circunstancias, hay que saber ganar. Aprovechar las pocas que se puedan fabricar como lo hizo River, que igual que la Alemania del 86 fue perdonado bajo un calor sofocante en Monterrey durante la ida en el mismo estadio de aquel juego mundialista de Cuartos de Final.
No hay que minimizar la buena campaña libertadora de Tigres. Llegar a la Final no es sencillo. Pero estuvo lejos de ganarla porque el de enfrente tuvo más personalidad y determinación. Dio ese paso para México tan históricamente añorado.
Ojalá que el futbol ofrezca pronto una nueva oportunidad.
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