No todos los días se estrena casa. Y mucho menos, una como ésta.
La nueva morada de Rayados de Monterrey es más que un orgullo: es un motivo para que el crecimiento no termine con la espléndida inauguración de anoche.
Para edificar esa joya hubo que ubicar un terreno, conseguir recursos, obtener permisos varias veces revocados, vencer amparos, convencer a la burocracia y pelear
contra lo que una iniciativa de este tamaño también se enfrenta en México.
Puede ser un ejemplo de vida para quien quiere poner un pequeño negocio y se enfrenta a requisitos y trámites desalentadores. O para quienes tienen un sueño de mayor tamaño y topan con pared.
El nuevo estadio del Monterrey es el producto de la persistencia y la visión.
Provee no sólo a la ciudad un motivo para que el otro equipo local piense en la calidad de su inmueble en esa eterna competencia local, sino también al futbol mexicano de otra estructura que refresca de manera importante sus escenarios.
Su arquitectura es única, sus detalles: inmejorables, los comentarios de todo aquel que lo ha conocido presencialmente: positivos y generosos.
El mensaje enviado desde el flamante escenario regiomontano es también de confianza hacia el futbol mexicano que, con sus virtudes y defectos, está vivo más allá de los últimos resultados o de los frecuentes cambios de técnico nacional.
Hay quien invierte, confía y arriesga en el proyecto, que tiene ya todos los abonos vendidos durante un año y habrá fila para renovarlos cuando expiren. La afición regia, peculiar en su devoción y apoyo, pasa la lista de presente más importante de todas: la del aficionado, principio y final de cualquier esfuerzo de esta naturaleza.
Ahora habrá que ver hacia el campo. Los resultados deportivos son el sustento de todo, y Monterrey, con tres títulos de Liga, está siendo invitado con todo esto a romper sus propias marcas. A ser más dominante, a protagonizar más capítulos victoriosos; a que a sus setenta años de edad, todo lo que esté por venir en su historia honre a sus antepasados, pero supere lo hecho por ellos.
La de ayer fue una gran noticia: tras siete años de espera, ha nacido un nuevo inmueble que debió inaugurarse a mediados de 2011, pero tuvo serios problemas en el alumbramiento.
Sí se pudo, la fiesta fue tan majestuosa como el propio estadio y tiene que marcar una nueva época.
No se concluye un obra. Más bien inicia de nueva cuenta con mejores obligaciones que en el pasado.
Es grato saber, ante el escepticismo contagioso, que hay quien sigue creyendo en México y en su futbol.
fjgonzalez@reforma.com
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