El capítulo suena muy latino.
Un país cambia su rutina nacional durante un mes porque alberga un torneo que nunca ha ganado y renueva su ilusión de hacerlo.
Se firma, con el tinte de nacionalismo infaltable, una especie de pacto de apoyo incondicional al seleccionado local. Se sabe que en el país hay muchos problemas, pero las penas con ilusión son menos. El futbol siempre es buen
motivo para hacer a un lado las tensiones aunque sea sólo por un momento.
El equipo anfitrión para el tráfico, escribe las primeras planas y los sueños per capita en los hogares se multiplican en las almohadas esperanzadas.
En medio del entusiasmo, una frenada en seco. El segundo resultado no es un triunfo como sucedió en el debut. Se enciende el argumento del guión en el que no todo es perfecto. Tiene que haber un motivo para empujar más, para refrendar el compromiso que llevará a todos juntos a la meta jamás antes lograda.
Y en plena comunión, una noticia inesperada.
Uno de los mejores futbolistas locales, un héroe mitificado por sus triunfos fuera de casa actuando en una de las Ligas más importantes del planeta, comete una irresponsabilidad.
En sus pocas horas libres, se va de copas. Maneja su Ferrari en estado inconveniente y termina en la comisaría. El pueblo se entera de la traición a los sueños comunes.
De acuerdo al lugar en que haya sucedido la historia, el final será diferente.
En Europa, donde los futbolistas también cometen indisciplinas, habría causado baja. En Japón, seguramente no volvería a ser convocado en algunos años. El concepto de vergüenza y honor tan arraigados le hubiera hecho pensar hasta en el suicidio.
En Estados Unidos, se le hubiera retirado la licencia de por vida y las autoridades se hubieran encargado de él con trabajos comunitarios.
En otros lugares, como en Chile por ejemplo, lo dejarían salir de la comisaría y su entrenador lo disculparía hablando de las grandes contribuciones que ha entregado siempre a la causa.
Sus compañeros enviarían mensajes de apoyo ante la adversidad y el público lo recibiría con rugientes y patrióticas exclamaciones al saltar a la cancha para el siguiente partido.
En México, por ejemplo, alguna vez un futbolista cometió una falta parecida antes de un partido eliminatorio.
Los directivos le pidieron al técnico europeo del Tri que estaba a cargo que le inventara una despedida. Hasta hoy, con su temperamento nórdico no lo puede entender.
Tiempo después, el futbolista ganó un cargo político de elección popular.
¿No les parece a veces que los valores del futbol como ejemplo son de caricatura?
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