El vecindario
Había una vez un cuento de esos que siempre inician con "había una vez" y en el cual existía un divertido vecindario familiar.
En este sitio sus habitantes vivían a gusto, disfrutaban la convivencia aunque, claro, nunca faltaba el señor gordo que se echaba sus cervezas y quería pelear con otro vecino, pero era la excepción.
Ocurrió que un día llegaron unos
nuevos vecinos y, al principio, cayeron muy bien: en su mayoría eran jóvenes, profesionistas, bien organizados y le daban mucha alegría al vecindario con sus fiestas.
No era que este sitio fuera triste, para nada, pero como ellos eran muy festivos y muy alegres le ponían un color diferente al lugar.
El vecindario los veía con simpatía y el concepto fue ganando adeptos; la situación es que conforme se fue popularizando, cada vez las fiestas se volvieron más grandes... y difíciles de controlar.
Estos vecinos cobraban entrada a sus fiestas, pagaban menos renta porque los directivos de la colonia les daban facilidades que nunca otorgaron a los demás, alentaban que sus invitados introdujeran objetos peligrosos para "dar color" y sólo veían cómo circulaban sustancias prohibidas.
Así que los vecinos originales comenzaron a retirarse conforme comenzaron a crecer, pero también porque eso comenzó a salirse de control y llegaron otros líderes.
Comenzaron a llegar más y más invitados a estas fiestas, el negocio se volvió más popular y, en un corto lapso, ya eran varias cuadras las que ocupaban, obviamente, desplazando a los demás.
Lo que ya no gustó al vecindario es que se volvió común que las fiestas de estos tipos terminaran con violencia y afectaran por completo al resto de los vecinos.
¿Válvula de escape? ¿violencia por diversión? ¿reflejo de la realidad de su vida diaria? Lo cierto es que estos vecinos trastornaron la colonia.
Los mismos colonos del vecindario, a quienes en un inicio agradó su llegada, vieron cómo se modificó su estilo de vida: Un tramo que antes recorrían en 5 minutos para llegar a su casa ahora era de media hora a causa de largas filas, cateos, retenes de policías y basculeadas.
Los vecinos no podían creer, por ejemplo, que a la señora de la familia ahora no la dejaban pasar ni siquiera un pequeño perfume porque podía ser utilizada como proyectil... tal como ya habían hecho los non gratos.
Los directivos de la colonia, al ver que todo el vecindario estaba afectado, entonces sí quisieron correrlos ¡Pero ya no podían!
¿Y con qué autoridad lo iban a hacer? Si ellos mismos los habían promovido, apoyado, dado facilidades y en algunos casos ¡hasta financiado! bueno, con decirles que un despistado hasta había dicho que eran un "activo" del vecindario.
Para esto ya varios vecinos se habían cambiado de casa por rumbos menos peligrosos, otros por amor al vecindario se quedaron pero mandaron a sus familias a vivir a otro sitio; pero lo que es una realidad es que esa colonia ya no volvió a ser como antes.
En su defensa, los vecinos incómodos utilizaron un argumento: "¡Es que no todos somos así!", "¡Es que generalizan!", "¡Es que somos personas decentes!".
¡Pues claro! Desde luego que no todos son iguales y generalizar en fenómenos populares nunca lleva a nada bueno.
El problema es que tú organizas las fiestas, cobras por ello, te llevas una lana ¿¡pero no puedes responder por tus invitados!? mira qué conveniente.
¡La culpa es del alcohol! decían los organizadores de estas fiestas; pero lo dudo, muchos de ellos ni siquiera llevan dinero para comprar una simple cerveza.
¡Es la policía represora! argumentaba otro, y cierto, había ya una rivalidad con la autoridad, pero que se debía a los constantes roces por la naturaleza violenta de los nuevos vecinos.
Bueno, ya no sé ni por qué estoy hablando de pleitos de vecinos, pero ojalá que esto nunca nos llegue a pasar a nosotros ¿verdad? ¿¡verdaaaaaad!?
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