En manos de cualquiera

Francisco Javier González
en CANCHA


Quisiera utilizar muchas palabras para preguntar por qué Gustavo Matosas obligó a sus jugadores a una hazaña cuando por la lesión de "Chepe" Guerrero, hizo un cambio temerario prescindiendo de cualquier medio de contención a los quince minutos de partido. Aunque estuvo a pocos minutos de salirle, forzó prematuramente un toma y daca que no era conveniente.

Su ansiedad fue contagiada al

interior del terreno.

Quisiera preguntar por qué el Atlas se descompuso de tal manera ante un Guadalajara certero y contundente que le terminó pasando por encima en la justificación de Marco Fabián como el hijo pródigo que regresó al Rebaño.

O ensalzar a Santos Laguna con su trabajo científico y paciente que le dio tiempo a su toma de decisiones y terminó derrotando a un líder distraído e indolente gracias a su propio orden y hambre.

O a un Querétaro que completó la obra en Veracruz eliminando a un Tiburón que perdió gas en cuanto se supo salvado y perdió el riel para seguir adelante.

Pero las líneas de este lunes tienen que ser dedicadas a otra cosa. A la preocupación por los inadaptados que aparecen en nuestros estadios o los de otros -como el de Boca en Argentina, como en el Jalisco y otros más- y siembran la inseguridad en nuestros estadios.

¿En manos de quién está la industria del futbol mexicano con sus complejos y costosos mecanismos? ¿Estará sometida a un grupo de inadaptados que atentan contra la propia intención de quienes le brindan una oferta de pasión y entretenimiento?

El mensaje de Gustavo Guzmán, presidente del Atlas, es ejemplar: no importa lo deportivo, quién haya ganado o perdido. Lo primordial es salvaguardar el espectáculo que es importante para millones de aficionados. No ser rehén. Y combatir tanto al personaje que salta enloquecido al terreno de juego como se ha hecho costumbre, como a la turba que desea imponer su falsa religión.

La Liguilla es una fiesta ensombrecida por gente que toma al futbol como excusa para cualquier cosa. Una fiesta deportiva invadida por intrusos.

Pasaron los últimos cuatro de los clasificados y eso implica gran mérito porque nunca, desde 1970-71 -inicio de las Liguillas- había ocurrido.

Al mismo tiempo, confirma lo competitivo de una Liga en que la distancia del primero al undécimo lugar fue mínima.

Nuestro futbol es bueno y competitivo. Mejor que algunos de los infiltrados que tiene en la tribuna, que hoy distraen el mensaje estrictamente deportivo.

Estamos contaminados y algo hay que hacer. Ojalá sea determinante.

 
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