La Semana Mayor nos permitió, además del significado para quién tenga, comprobar que ciertos partidos tienen vigencia pese al escepticismo de algunos.
Ver repleto el Estadio Azteca en plenas vacaciones no habrá sido el resultado del gran momento por el que atraviesan los actores. Tanto América como Cruz Azul llegaron al duelo sabatino con el rostro descompuesto por la irregular campaña que
han ofrecido.
En este tipo de encuentros hay situaciones que se olvidan ante le magnetismo mutuo del rival de enfrente. La energía se alimenta de un lado para el otro y viceversa.
En el Jalisco se sintió un efecto similar.
Atlas y Chivas se enfrascaron en una batalla bastante más memorable que la del Azteca que contó con varios de los ingredientes que siempre han distinguido al Clásico Tapatío: una intensidad trepidante en el primer tiempo; llegadas de gol de ambos lados; entradas limpias, pero sin concesión; y un final inesperado y dramático.
Quienes han jugado esta clase de duelos suelen opinar que los gana quien más decisión tiene para llevárselos. Una vieja frase que por repetida parecería lugar común reza que los Clásicos no se juegan; más bien se ganan.
Eso que parecería ser un eslogan publicitario va mucho más allá para convertirse en una fórmula comprobable.
El perdedor -Cruz Azul- habrá recordado todo el fin de semana las dos jugadas que tuvo Formica para marcar, los disparos de Alemao o cualquier situación en las que La Máquina desperdició la oportunidad que tenía en las manos.
Las sensaciones no mienten, pero el resultado determinó otra cosa: cuando mejor jugaba Cruz Azul llegó el gol del América que definió la contienda. La decisión que tuvo Rubens Sambueza para meter un servicio preciso y la de Oribe Peralta para firmar el tanto con su marca registrada, hicieron la diferencia.
El Atlas también habrá pasado mal las dos noches posteriores al empate con Chivas.
Pese a que el Guadalajara tuvo algunos momentos brillantes en el partido que parecían clarificarle la victoria, hubo capítulos en el Clásico Tapatío en que los rojinegros jugaron por nota. Vinieron de atrás, empujaron, hicieron cambios para buscar el triunfo a toda costa y lo tuvieron en las manos como ocurre con el guión de las películas más emocionantes: de penalti, polémico y en el último minuto.
Es una pena que Alfonso González vaya a pasar un tiempo con el estigma de haber cobrado la pena máxima de otra manera. Si se falla poniendo todo en el intento es distinto a errar por un exceso de confianza. Por eso el Atlas se fue al vestidor con la cabeza baja y dos puntos menos en la bolsa.
Al final, es cierto. No gana siempre el de más calidad o el que tuvo mejores momentos. La convicción es la que permite sacar el resultado en los Clásicos.
Twitter: @fj_tdn
fjgonzalez@reforma.com