Poco antes de la una de la tarde del domingo 28 de enero de 1990, una voz clara, pero débil, me dijo: "recuerda que estás muy joven para juzgar a los toreros, cuéntale al público las cosas; para dar tu punto de vista te falta edad, experiencia, pero estoy seguro que lo podrás hacer en su momento...".
Fue la última vez que escuché la voz de mi maestro, Pepe Alameda, quien minutos después de
esa conversación, y de pedirle a su enfermera Margarita que le preparara un poco de fruta, falleció.
El mejor de los cronistas taurinos de la historia.
Su facilidad de palabra, la certeza de sus comentarios, su amplia cultura, pero sobre todo la sensibilidad para entender el espectáculo taurino, eran sorprendentes.
Cautivaba con la voz, con la precisa descripción de las faenas. En cada narración, por televisión o por radio, mezclaba sus conocimientos taurinos con su expresión poética, permitiendo al aficionado, y al que no lo era, entender con claridad lo que los toreros expresaban.
Infinidad de aficionados se enamoraron aún más de la fiesta gracias a Pepe Alameda, cuyo nombre con el que llegó de España exiliado a México fue Luis Carlos José Felipe Fernández y López Valdemoro, nacido en Madrid.
El maestro, título que le dieron los profesionales y que ostentaba orgullosamente, fue, desde sus micrófonos, desde su pluma, un sustento para la fiesta.
Tuve la enorme fortuna de ser su secretario particular los tres últimos años de su vida, y gracias a Dios, sin falsa modestia, su amigo más cercano al final.
Disfruté no solamente de un profesional ejemplar, sino de un interesante y honesto ser humano.
Pasé días en los que no solamente aprendí de toros, de periodismo, sino de la intensidad con la que se debe realizar esta profesión.
El Toreo no es Graciosa Huida, sino Apasionada Entrega, escribió alguna vez.
Esa frase ha trascendido mundialmente, porque al final no solamente así es el toreo, sino la vida misma.
Un hombre que sabía ver las cualidades y los defectos de los toreros, de los toros y de los profesionales, por ello se acercaban a él para pedirle consejos, sin importar a veces sus críticas severas y agradeciendo sus elogios.
Sus crónicas no solamente eran relatos, algunas de ellas se convirtieron en tratados de tauromaquia.
Y allí están sus libros, sus publicaciones, sus narraciones, su historia.
Domingo tenía que ser el día que dejó de ser historia para convertirse en una leyenda, un hombre al que la fiesta le debe mucho.
Y yo, todo...
guillermo.leal@reforma.com
@memo_leal