A fines de mayo de 2007, el ministro de Agricultura de Japón, Toshikatsu Matsuoka, fue encontrado colgado de una cuerda. Junto a él una carta con su letra pedía disculpas a los ciudadanos japoneses. El incidente coronaba una serie de investigaciones en su contra por corrupción y se producía poco antes de su obligada comparecencia ante el Parlamento, adonde debía rendir cuentas.
Fue el
primer suicidio de un ministro en funciones después de la posguerra. Otro funcionario de su ministerio siguió su ejemplo. La prensa cubrió con inusitada dedicación el caso y resaltó que con su silencio quedaban sepultadas muchas pruebas que implicaban a su círculo cercano.
Con igual o menor dramatismo se conocen frecuentemente casos de políticos y funcionarios japones que renuncian a sus cargos por corrupción. Tampoco es cosa de género. En octubre, a pocos días de ser nombradas, debieron dejar sus cargos las ministras de Industria y de Justicia. La primera por tener acciones de una empresa que debe regular y la segunda por violar la ley electoral. (¡Qué exagerados estos japoneses!, diría mi compadre el diputado).
¿Hay mucha corrupción en Japón o allí sí hay consecuencias? A partir de mediados de los 90, los japoneses empezaron a exigir transparencia y castigo a los funcionarios deshonestos. Una encuesta, levantada por Transparencia Internacional, ubica mundialmente a Japón en el lugar 15 (México aparece en el 103). La larga estadía en el poder del Partido Liberal ha tejido un entramado entre los funcionarios, los empresarios y los políticos. Además de la acostumbrada mordida (que ignoro cómo se dirá en el argot japonés) hay una modalidad que se bautiza como "makudari", que significa paracaídas. En Japón, llegar a la cúpula política y a altos puestos públicos no es cuestión de repartir despensas: es una carrera dura, como lo exige la disciplina piramidal japonesa. Sin embargo, hay una constante rotación. Con esa lógica, los que llegan favorecen los intereses privados o semipúblicos pues allí "caerán", y mejor que lo hagan sobre un buen cojín. Es decir, con un buen paracaídas.
En medio de este contexto social, ¿cómo podrá manejar públicamente Javier Aguirre, el entrenador de la Selección japonesa, las acusaciones en España sobre un supuesto soborno a jugadores rivales para evitar el descenso, en 2011?
Dicen que dará la cara antes del lunes, cuando empieza la preparación para la Copa de Asia. ¿Lo hará el día de los Inocentes? ¿O contará, como al despedirse de su anterior trabajo: "Mi mujer ha hecho 26 mudanzas, vamos por la 27. Ayer me decía: ¿Cómo? ¿Nos vamos? No me jodas"?
Cual sea su discurso, nadie cree que se vaya a hacer el harakiri. Dirige a Japón pero, aunque le dicen "Vasco", es muy mexicano.
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@mundodepelota