Es imposible que una comisión independiente, o un solo hombre, pueda acabar con la corrupción cuando ésta es parte de la cultura de una organización, de una sociedad o de un país.
La máxima parece extraída de un manual de administración de empresas, o de políticas públicas, y es tan lapidaria como desesperanzadora. Palabras más o menos las dijo el fiscal anticorrupción de la FIFA, Michael
J. Garcia, al momento de renunciar a su cargo, frustrado por la falta de transparencia de los dueños de la pelota.
¿De qué sirven las leyes justas si su interpretación o ejecución se hace al antojo y conveniencia de los individuos, o de los intereses corporativos, y no del bien común para el que se crean?
La opinión pública informada a través de los medios de comunicación se entera de las corruptelas más extraordinarias, creatrivas y desvergonzadas. Las redadas contra los corruptos pasan de grandes titulares de prensa a notas perdidas en páginas casi ocultas que dan cuenta del desenlace tibio en el que terminó el escándalo.
Los íconos más notorios del abuso del poder terminan torciendo a su antojo, con la llave del dinero o de la fuerza, la balanza de la ciega justicia que más que ciega por justa resulta más ciega por discapacitada.
Los millones vuelan en maletas y en transacciones electrónicas, viajan en jets privados, se gastan en orgías y se fotografían en lujos en revistas y redes sociales.
Las denuncias se multiplican. Mucha gente sale a las calles, protesta, grita su indignación. En los foros políticos cada quien intenta sacar agua para su molino. En las redes empresariales se afinan las estrategias para ganar más contratos públicos que la competencia, sea como sea.
No importa que los funcionarios griten a los cuatro vientos que sus cuentas están en orden ni que miren para otro lado esperando que el tiempo lo borre todo. No vale tampoco que inventen comisiones y comisionados para que investiguen sus fechorías con la esperanza de que los resultados limpien sus manos sucias.
"Fair Play", enarbola la FIFA cada vez que puede. Intenta darle una lección de moralidad al mundo del deporte. Como se ven las cosas actualmente, parece más una maniobra propagandística que una condición moral que practique.
La renuncia de Garcia, quien investigaba ilegalidades en la designación de los Mundiales de Rusia y Qatar, muestra hasta dónde las formas no coinciden con el fondo en la organización deportiva (y comercial) más importante del orbe.
Pudo Garcia contra Al Qaeda cuando investigó atentados; pudo contra un Gobernador neoyorquino cuando indagó prostitución, pero no pudo con los intereses que gobiernan a la FIFA.
Cuando no hay voluntad para llegar hasta el fondo de los corruptos y sus redes, no existe fiscal, comisión u organismo especial que pueda efectivamente limpiar la casa.
homero.fernandez@reforma.com
@MUNDODEPELOTA