No se recuerda una Final en la que uno de los directores técnicos haya recibido tantas miradas de sospecha, en la que se hayan dicho y hecho tantas cosas a destiempo. En que las versiones y los anuncios prematuros atentaran tanto contra la estabilidad.
Las cuentas se hacen al final. Las críticas del camino por no ganar clásicos, por el juego en CU frente a Pumas y por la forma en que los
partidarios del América quieren que juegue su equipo, fueron ahogadas por el grito de "Turco, Turco" coreado casi en pleno por la tribuna del Azteca. No se descarte que parte del coro haya sido formado por los opositores de hace unos días.
El triunfo no se parece a nada y dulcifica todas las penas. Para obtenerlo se tienen que superar obstáculos, pasar tragos amargos y echarle valor a las diferencias que hasta internamente hayan sucedido: no se puede estar de acuerdo siempre con todo y con todos.
América fue mejor que Tigres. Resistió la presión como no lo hicieron los norteños, que vieron como algunos de sus jugadores vitales -Damián Álvarez el primero- terminaron cometiendo yerros que pesaron en la decisión del partido. Un mal pase suyo le dio parque a Arroyo para el primer gol. Una reacción desmedida al lanzar un puñetazo tras una falta recibida dio pie a su expulsión, por cierto no tan polémica según el reglamento como muchos piensan.
Fue una pena que Tigres se quedara con ocho hombres por las tres expulsiones sufridas. Las de Burbano y Nahuel no tienen la menor posibilidad de discusión. Que la Final estaba definida casi media hora antes de terminar, tampoco. No todos los desenlaces son emocionantes y de última hora.
La gestión del América ha sido exitosa con las nuevas fórmulas directivas. Tres Finales jugadas en los últimos cuatro torneos dan la razón: Coapa volvió a tener un equipo protagonista.
El listón queda muy alto: este América acusado de falta de brillo -¿quién lo tuvo en la campaña post mundialista?- le sacó alto provecho a lo que tenía. Fue el mejor del torneo regular y salvó los sustos frente a Pumas, se impuso sin duda en la serie final.
El plantel cerró la escotilla para que no entrara el agua que la tormenta despedía, asumieron la separación de un compañero y pelaron con una mentalidad que el adversario no pudo igualar. Y además fueron solidarios con su técnico, en capilla desde la víspera de ganar el título.
Mohamed respetó la épica de la celebración y en su conferencia quitó drama a una situación que lo tenía. Cada quien seguirá su camino.
Las Águilas enfrentarán una metamorfosis tremenda en unos cuantos días. Y como siempre, cargarán con su obligación de ganar y ser queridas... u odiadas.
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