Varios rasgos comunes obligan una y otra vez a comparar al futbol con la política.
Tras las recientes manifestaciones racistas de un aspirante a político en contra de Ronaldinho, dicha comparación se antoja ineludible.
Seguramente la figura y la trayectoria del astro brasileño flamante "gallo queretano" son mucho más limpias que las de su detractor nada futbolero.
Entre otras
cosas, por la marcada diferencia de ámbitos en los que cada cual se desempeña. Uno en el de la contaminada política mexicana, y el otro dentro del democrático y maravilloso juego-deporte-espectáculo-fenómeno social (y negocio) llamado FUTBOL.
Por más que lo desdeñen muchos que no lo conocen, y por más que medren con él tantos entre los que lo disfrutan y más o menos le entienden.
Dentro de la cancha, a nivel profesional y en todos los lares, no hay jugadores blancos ni negros ni amarillos, ni cristianos, judíos, budistas o musulmanes; sólo buenos y no tan buenos futbolistas... y en su momento Ronaldinho llegó a ser el mejor de todos.
En contraste, si de democracias se trata, uno de los más graves problemas de la nuestra es que no sólo permite sino incluso propicia el ascenso de los peores.
¿O ustedes creen, queridas lectoras y estimados lectores, que en México a diputado, o a senador, o a alcalde, o a gobernador, o a Presidente, se llega por ser muy honesto, o muy capaz, o muy culto?
Evidentemente no, porque al igual que en el futbol de todo el mundo, en la muy peculiar política mexicana se produce "la selección natural", "la supervivencia de los más aptos"; pero por desgracia en ese otro ámbito, en ese político juego, las "aptitudes" que prevalecen son distintas y no muy loables que digamos.
Por eso, entre esos dos juegos, prefiero el futbol.
¿Y ustedes?
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@rgomezjunco