La magia de Luis Suárez es completa. Revivió a Uruguay con sus dos goles ante Inglaterra y lo puso ante una "Final" frente a Italia. Hoy, los uruguayos saltan y gritan abrazados "Soy celeste, celeste soy yo" después de avanzar a Octavos, pero por su culpa hay algo en el corazón que les aprieta. Miran de reojo cualquier gesto de la FIFA, como cuando miraban al padre, a la madre o al maestro antes
de un castigo.
Después de haber proclamado a los cuatro vientos que era capaz de controlar su ira dentro de la cancha (de alguna manera hay que llamarla) y de haber sido el jugador más laureado del año en la Premier League, Luis Suárez no pudo con su genio y se creyó al pie de la letra su rol de atacante y "atacó" a Giorgio Chiellini con su afilada dentadura.
¿Qué pasa adentro de su cabeza?¿Existe la confluencia del loco y del genio?¿Es esa agresividad mal encaminada, que muerde al rival, la misma que lo levanta del quirófano para volver a patear al arco con fiereza?¿La brillantez que lo encumbra es una treta artera de las sombras?
Seguramente, ni él tiene la respuesta. Aunque cabría la duda si se lo pregunta.
Este martes las cámaras volvieron a desnudar al animal que convive con él y lo pusieron al pie del patíbulo del Fair Play.
Parece que los uruguayos volvieron a perder a su héroe en la cancha. O, lo que es peor: su héroe se volvió a perder.