La gran victoria

Francisco Javier González
en CANCHA


Terminó la temporada europea con el acto más supremo que puede tener un club en el mundo: ganar la Champions, que es el segundo trofeo universal más importante después de la Copa del Mundo.

Quienes nos encargamos de calificar las actuaciones de quienes llevan el futbol a su máxima expresión, nos enfrentamos a un dilema: el de cambiar los juicios de acuerdo a cómo se va dando un

resultado.

Hasta el minuto 92 de la Final europea, estaba todo clarísimo: hay un equipo que defiende bien y cuando eso se ejecuta con maestría, estamos hablando de una virtud.

Pero al 92' y medio, cuando cae el empate que manda el partido al alargue, todo se rompe como un sistema de computación invadido por un virus; lo establecido deja de trascender.

Entonces nos fijamos en que el Atlético de Madrid se dedicó, por los motivos que sea, a defender la ventaja. Y recordamos que el futbol tiene dos grandes etapas: ataque y defensa. Los Colchoneros sólo ejercieron una de ellas durante gran parte del encuentro. Se defendieron sitiados en su área resistiendo todo lo resistible. Hasta que llega el gol de Sergio Ramos.

Igual que hace 40 años. El Atlético deja ir un triunfo que jugueteó en sus manos hasta el último instante. Aquel en que la gloria le fue arrebatada de las manos cuando ya la estaba disfrutando.

Como el Bayern de aquellas épocas, la conclusión fue demoledora: el marcador de hoy y de entonces refleja las cifras de lo que ocurrió después de que un equipo fue desvencijado y resultó frágil ante la potencia demoledora del adversario.

El resto de la historia ya lo conocemos. Ganó el mejor, el equipo cuya historia obligaba a no renunciar, a intentar hasta el último instante antes de que el silbatazo final lo decretara derrotado.

Lo demás sucedió por inercia. Un equipo meritorio, como en las carreras de 100 metros planos, no pudo derrotar la resistencia a la velocidad; su propia inercia.

Había sido demasiado su esfuerzo, su oposición a la lógica de los mejores presupuestos financieros de sus adversarios y terminó de bruces en la lona. Pidiendo piedad frente a alguien que le aplastó a golpes en los últimos rounds que son los que deciden.

El Atlético se quedó muy cerca del otro razonamiento. El resultado que se estaba dando implicaba que saber defenderse era una manera de llegar al triunfo.

Lo que sucedió al final, gracias a la frontera del último segundo que marca la diferencia, permite aplicar el silogismo de la lógica universal: el mejor tiene que ganar.

Real Madrid ganó la Champions porque lo mereció.

Fue lo mejor para el futbol, pese a los méritos de un equipo colchonero que hizo lo que pudo.

 
 
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